Mi
malestar es despertar con la luz del Sol quemando mis pupilas al más mínimo
contacto con la luz que emite de forma tal que me juzga por el simple hecho de
seguir abriendo los ojos a un nuevo día. Un nuevo día en el que no soy nada más
que ese cuerpo extendido en una cama desierta en la cual caí como roca al fondo
del mar; solitaria y cayendo lentamente pero con seguridad de que en algún
momento tocará fondo. Mi malestar es levantarme dando pasos torpes y tropezando
con cada objeto que se interpone entre el baño y yo, cada pared me empuja, cada
prenda de la noche anterior tirada en el suelo me recuerda que hasta para
mirarme al espejo tengo toda una carrera de obstáculos en frente mío, como si
ya no hubiese sido suficiente con el hecho de poner un pie en frente del otro.
Mi malestar es finalmente llegar al baño, abrir los ojos lentamente, exponiendo
mi retina a la luz y de forma muy precavida dejarme ver a mi mismo eso que
queda de mi, eso que dejé una vez más como producto de otra noche en vela, como
el resultado de un mundo de aciertos y errores, como si toda una vida hubiese
caído encima mío y mi única opción fuese levantarme una vez más y redefinir mi
vida, una y otra vez.
Mi
malestar es entrar en la ducha, pensando en que el agua puede lavar el pasado,
pensando que el pasado es el problema cuando el problema es que aun no
identifico el problema. Conozco muy bien quién soy, lo que hago en un día
regularmente y lo que hago en una noche. Sé muy bien cuales son mis límites y a
la vez cuales han sido mis excesos, sé de qué formas he tocado fondo y las
miles de maneras en las que sigo excusándome para volver a caer un poco más
bajo, un poco más profundo. De alguna forma siendo esa roca que va yendo
lentamente, pero sin duda alguna, al lugar más oscuro del fondo de ese océano
donde ya nadie la verá ni la escuchará a excepción de todo lo que haya a su
alrededor pudriéndose junto a ella. Mi
malestar es este momento, este en el que salgo de la ducha y el frío que siento
no se compara con el frío que emana mi mirada, podría detener el calentamiento
global con un pestañeo. Es este momento en el que siento que volver a comenzar
es simplemente repetir el día anterior, sentir que mi enfermedad siempre estará
ahí, encerrada en mi mirada, cada vez más distante, cada vez más fuera de este
mundo, fuera de mi y lejos muy lejos de volver a ver algo más allá que ese
tempano de hielo en el que se ha convertido eso que antes era fuego y pasión,
amor y valentía.
Mi
malestar es este momento, precisamente este en el que tomo un poco de café,
enciendo un cigarrillo y miro por la ventana. Examino el día, veo la gente
pasar y pienso en lo que debería vestir hoy. Pienso minuciosamente en la manera
en la cual combinaré mis medias con mi atuendo, pienso en mi itinerario del
día, los gastos que exige y en la forma en la cual me quiero entretener después
de cumplir con las obligaciones sosas, esas que me dan de comer, esas que pagan
éste café y esas que hacen posible que pueda fumarme este y otros cuantos
cigarrillos diariamente, Marlboro rojo.
Rojo, ese era su color, era el color que lograba emitir su personalidad,
eran sus labios, era su ausencia, era el humo que exhalaba de su cuerpo, era su
pasión y su lujuria,.
Rojo
era el color de mi malestar, este en el que pienso a medida que preparo un
desayuno el cual comeré a la mitad y dejaré en la mesa del comedor esperando a
ser desechado cuando vuelva a casa con la misma inapetencia con la que salgo
ahora. Rojo una vez más, rojo mientras camino, rojo mientras miro a la gente
pasar, rojo mientras canto y ojos agresivos juzgan mi desentonado tono de voz,
rojo mientras estallan mis tímpanos a medida que subo el volumen, a medida que
el rojo se asienta más en mi cabeza y empiezo a flotar unos centímetros. Rojo
mientras me alejo, rojo todo mientras vuelvo a mi realidad, esa sin colores,
esa que es lo que es y no es más, esa misma que vuelve después de haber nadado
en lo que se muy bien es algo pasajero, pero rojo.
Mi
malestar es no saber conocer más colores, es encontrarme diariamente con una paleta
de colores monocromáticos, todo es blanco cuando amanece, todo es gris a medida
que el día pasa y todo es negro cuando la noche me atrapa con sus propuestas y
lo único que logra llamar la atención es ese mismo rojo, rojo en todas sus
facetas y tonos. Mi malestar es rojo sangre cuando mi cuerpo de hielo no deja
de extrañarle, es ese tono de rojo en el que siento que te quiero de todas las
formas posibles pero a la vez no encajas en ninguna de ellas. Mi malestar es
sentir que todo duele y que ese dolor sea eso, que esa soledad de mis ojos para
adentro sean eso y lleven su nombre, mi malestar es quererle de pies a cabeza
sabiendo que sus pies no caminan por donde yo lo hago y que su cabeza se ha
asentado lejos de aquí, en La Luna, en una luna eclipsada, una roja, como esas
que le daba miedo mirar. Roja como esa herida que aun lleva en ella los roces
de sus palabras de metal, oxidadas y con ese sabor amargo que deja todo lo que
se expone por mucho tiempo a la indiferencia y a lo frío que se siente no poder
sentir nada, al miedo que respiran quienes sólo saben del olvido.
Mi
malestar es perderme en otra noche,
caminar por la calle sin un rumbo fijo, fumando rojo, sintiéndome rojo,
extrañando su rojo y simplemente yendo de calle en calle, analizando todo pero
pensando muy poco; creyendo que lo puedo solucionar todo en un instante pero de
la misma manera destruyendo todo lo que
logro edificar en cuestión de segundos, en cuestión de lo que dure la
canción, lo que dure el camino, lo que dure viajando de un lado al otro sin
moverme mucho. Caminar nunca ha sido una de mis pasiones, perderme en mis
pensamientos sí lo es, caminar en si no es lo que me está llevando a algún
lado, es mi cabeza la que se pierde mientras doy pasos que no tienen destino
pero que estimulan esa parte de mi que se debe sentir viva, esos pasos hacen
que respire, liberan la adrenalina, me hacen ver el mundo de forma más intensa,
de un rojo intenso.
Mi
malestar es ir sin rumbo, caminar y verlo todo cubierto en diferentes
tonalidades en las que le encuentro a menudo. Rojo rubí es sentir que respira a
mi lado mientras la mañana se asoma por la ventana, frambuesa me recuerda el
olor del té al desayuno, el rojo cereza me recuerda como su cuerpo se
desenvolvía con el mío, el rojo cinabrio me recuerda como sus mejillas se
pintaban cuando le narraba poemas al oído. Rojo
cardenal era Neruda, rojo cadmio era Cortázar, rojo caoba para las
tardes en las que todo le importaba mierda y rojo arenisca cuando su sonrisa
desbordaba de felicidad la habitación. Rojo almagre para calmar sus nervios
cuando nada más lo hacía, rojo brillante para cubrir del frio y rojo carmesí
para lo oscuro de sus noches sin sueño. Rojo del atardecer para calmar mi
ansiedad de sus caricias, rojo bengala para satisfacer sus deseos, rojo amapola
mientras le cubría el cuerpo a besos, rojo burdeos para explicarle sin palabras
lo que siempre supimos y nunca dijimos, rojo en todos sus tonos para enseñarle
a amar. Rojo era todo lo que veía, rojo es todo lo que veo, rojo es lo que me
enferma y es ese rojo lo que llamo mi malestar.
Mi
malestar es acostarme sobre mis propias derrotas, es dejarme vencer una vez más
por el peso de la noche sobre mi cuerpo cansado de no ir a ninguna parte. Mi
malestar es querer que el tiempo se detenga, o se devuelva o se adelante; la
verdad ya no sé ni qué se puede hacer con el tiempo ya que de cualquier modo y
de cualquier forma en cómo lo trate no existe tiempo si no existen motivos para
hacer de él lo que quiera, no existe nada cuando no se desea nada y no existe
deseo cuando lo que se desea es nocivo. Se vuelve algo complicado manejar los
deseos cuando debes limitar y reconocer el punto en el que algo deja de ser
satisfactorio y comienza a ser complaciente. Satisfacer es momentáneo, es
inocente, es lo que se hace diariamente guiado por una necesidad, ya sea física
o psicológica. Complacerse es simplemente lujuria, excesos, necesidad de romper
barreras, exceder límites. Volar siendo humano es complacer a lo imposible, ser
quién no se es por ser algo nacido del deseo inexplicable de sentir el dolor de
tener todo y que eso que tienes sea todo lo que no necesitas.
Mi
malestar es prender otro cigarrillo, mirar al cielo y contar inútilmente las
estrellas, es sentarme en un balcón donde el frío nuevamente me recuerda mis
ojos cansados, donde la brisa me lleva a escuchar susurros que no están ahí,
supongo que es la paranoia atacando de nuevo. En mi cabeza siento que llama mi
nombre, es imposible que éste sea pronunciado por sus labios. En silencio
siento que converso con pensamientos que no logro expresar, siento que dentro
de mi al igual que los tonos de rojo hay miles y miles de conversaciones, como
si una doble moral batallara en mi cabeza, como si mis mil demonios por fin se
percataran de su existencia y decidieran hacer conmigo lo que se les antojara,
destruirme desde adentro, acabar con lo que queda, eliminar el brillo en mis
ojos, ese que hiela mi pasión pero que enciende la incertidumbre de quién los
mira. De alguna forma simplemente acallo esas palabras y me dejo consumir por
la noche al igual que al soplar mi cigarrillo este sucumbe ante mi aliento. Mi
noche es temblar sabiendo que no es por el frío
sino por su ausencia, es sudar de forma que recuerdo sus abrazos pero a
la vez sólo siento sus puñales, es no poder cerrar los ojos ante la noche que
ya me a desechado al cumplir con su objetivo, es no poder conciliar el sueño sintiendo
que a donde mire me quedo ciego y todo lo que siento es el cansancio de un día
más en el que perderme en mi mismo sigue siendo rutina.
Mi
malestar es un vicio que no logro dejar a un lado, es reconocer que aun sigue
ahí, martillando poco a poco la pared que he ido forjando a medida que voy
recuperándome en silencio detrás de esa estructura que considero impenetrable
pero que sé muy bien que es aun es vulnerable a las palabras, a sentir, a dejar
de ser esto en lo que me he convertido. Mi malestar no es mirar hacia atrás
porque no necesito ver en ninguna dirección cuando el problema lo llevo dentro
de mi, mi malestar no es no poder levantar la cabeza porque sé claramente que
no puedo ir a ningún lado sin mirar minuciosamente de qué forma estoy dando los
pasos. Mi malestar no es hacer algo sino dejar de hacerlo, lo que me desvela no
es lo que he hecho sino lo que no he logrado hacer y lo que no tengo
intenciones de llevar acabo aun. Mi malestar es querer seguir perdido porque
perderse por un segundo no te enseña nada, te asusta pero no te enseña, te
hiere pero no te mata. Por otro lado, perderse indefinidamente te mata de a
poco, te hace conocer lugares, conocer caminos, conocerte a ti mismo. Conocer
colores, conocer tonos, conocer el mundo más allá de lo pálida que puede a
llegar a ser la realidad, de lo sin sabor que puede llegar a ser seguir un
lineamiento especifico sin salirse de éste por un segundo. Perderme no es mi
malestar porque mi malestar no es un estado, no es un algo, ya ni creo que sea
un alguien siquiera, mi malestar es simplemente eso que sientes cuando lo que
sientes no lo puedes describir, cuando lloras seco, cuando ríes por complacer
más no por sentir, cuando esbozas sonrisas a cambio de aceptación, cuando
callas todo lo que en tu silencio te ataca por miedo de que sea a ti a quién el
mundo calle. Mi malestar tiene color y siempre será el rojo, el rojo que mata,
el rojo pasión, el rojo que escurre de un cuerpo sin vida, el rojo que sudan
dos amantes que están destinados a la desgracia. Mi malestar es estar aquí y
ahora, tumbado en escombros de vida, en retazos de momentos vividos pero
olvidados, en arrumes de palabras dichas pero que ya no se sienten, es mirar
hacia cualquier esquina de las paredes que te rodean y poco a poco quedarte
ciego mientras te lamentas porque el Sol volverá a salir, porque la madrugada
será fría y el amanecer rojo como ninguno una vez más. Mi malestar es pintarlo
todo rojo, sentirlo todo enfermo, sentirlo todo destruido. Mi malestar soy yo,
soy yo ayer, soy yo hoy, soy yo mañana, perdido en rojo.