viernes, 22 de abril de 2011

4:21

Les voy a contar cómo olvidé mi pasado. Brevemente les diré de qué manera fue que olvidé mi vida en La Tierra y me instalé donde nunca pensé poder vivir una vida tan cómoda. Todo fue un giro afortunado que dio mi vida, todo lo monocromático se fue diluyendo y pintando de nuevo. Todo lo muerto fue renaciendo de cenizas que el viento nunca se llevó, todo lo que creía inútil se tornó en esto que ahora a pesar de solo tener una función, lo es todo. El destino no es algo en lo que crea, no es algo tangible por lo cual para mi no era algo creíble tampoco. El destino es para soñadores, poetas, amores eternos y profetas desocupados. Por lo menos eso pensaba hasta que el mismo destino me encontró a mi y me hizo creer ciegamente en que dos caminos están previamente nombrados por una fuerza mayor, una fuerza desconocida a la que hoy le debo más de una sonrisa, más de un suspiro y más de una palabra transcrita en beso. Todo pasó muy rápido, todo fue sin darme cuenta, los sentimientos enjaulados encontraron la forma de escapar y todos se fueron corriendo al encuentro con tus manos, se posaron en tus ojos, los inhalaste de mis suspiros y se adueñaron de todo eso que ya daba por perdido.

De un momento a otro el mundo se hizo poco, se hizo insuficiente para comenzar a explicarte con metáforas lo extenso y lo fuerte que resulta quererte. No sé qué es lo que encontró m mano en la tuya, no sé porqué mis ojos no dejan de mirarte, desconozco mis palabras pero sé que son por t, no comprendo ni recuerdo mi pasado porque ya solo miro dentro de tus ojos, ahí veo mi futuro y ahí es donde instalo mi cuerpo. Instalé mi vida ahí donde la encuentro toda, ahí donde tiene sentido morir si es el caso, ahí es donde se refleja el resplandor de La Luna, esa luna que compartimos más de una vez, esa luna que me recuerda que lo que siento no tiene pies en La Tierra, que lo que siento va más allá de promesas insulsas, más allá de retos impuestos por ese amor promedio que crean los libros. Todo va más allá y todo lo encuentro en tu mirada y en el reflejo de mis ojos ilusionados con un futuro que solo lo visualizo contigo de la mano. De un futuro incierto que nadie puede asegurar, un futuro al que honestamente le tengo miedo. A pesar de haber enterrado mis mayores temores lo único que en verdad me descompone es la idea de perder ese mundo que construí en ese espacio pequeño que hay cuando dejo de besarte, ese espacio diminuto entre tus ojos y los míos. Ese campito de aire que separa tu pecho del mío, esa carne y esos huesos que impiden que tu corazón y el mío se abracen directamente. El miedo de perderte no se compara con la alegría de tenerte, de sentir ese ‘para siempre’ que encontré en tus ojos la primera vez que mire en lo profundo de ese océano de miel oscuro. La primera vez que sentí que la distancia dolería, la primera vez que noté que algunas de mis piezas rotas encajaban con unas de las tuyas, que el azul del cielo se veía mejor en lo oscuro de sus ojos. Que la vida daba un vuelco que no esperaba y que sigue sorprendiéndome de manera que nunca pensé.

Explicarlo resulta inútil porque no hay mucho que decir, las palabras son poco cuando las miradas hablan por sí solas, cuando las manos tienen entre si toda una historia que contar, toda una antología de momentos irrepetibles, inolvidables y todos y cada uno de ellos cargados con ese sentimiento tan ajeno a mí, tan intruso pero tan benéfico, como insalubre de formas completamente placenteras. La forma de decirle lo que siento no es como imaginaba decírsela a ese ser al que llegaría a querer tanto, no pensaba llegar a darle vida a tantas cosas en el mundo que deben permanecer muertas, no pensaba darle vida a nada, el pasado vivido solo mató el presente y el futuro que creía tener, el pasado solo dejaba dudad y miedos que poco a poco, en suspiros, se fueron disipando y con el tiempo ya no había pared alguna, ya no había miedo, ya no había nada que no me gustara, solo su ausencia. Solo ese momento en el que se le dice adiós a eso que te complemente, el momento de soltar su mano y con ella dejar un pedazo de ti cada vez. La ausencia puede doler, pero no tanto como duele la idea de que el ‘para siempre’ sea el ‘sin ti’ y el ‘nunca’ sea ‘contigo’.

Estar lejos es eso que me desvela en la noche, estar lejos es no saber el porqué del vacío que se hace en mis labios, en mis palabras, en cada paso que doy sin sentir que lo estoy dando para acércamele, estar lejos es sentir que mis ojos no logran ver las cicatrices en el cuerpo que te recuerda un pasado al que le tienes miedo, estar lejos es no escuchar esos silencios que tanto ruido hacen cuando te extraño, estar lejos es tan nocivo como perderte en un futuro que no logro divisar. La distancia la resumo en versos, en canciones que al reencontrarnos cantaré a tu oído, canciones que en las noches acompañan la sinfonía de sentimientos que emergen de mi cuerpo y solo logro desahogar en palabras, en gritos callados, en lagrimas pequeñas que a pesar de no ser muchas, son todo. Porque mis ojos no son solo los que te miran, son también los que te extrañan, los que te anhelan más que otra parte de mi cuerpo. Más que mi mano que nunca te quiere dejar ir, más que mi pelo que quiere ser peinado por tus huellas dactilares, más que mi pecho que quiere ser recorrido por tus labios, por tus suspiros calientes que rellenan ese corazón que daba por muerto. Ese corazón inhabitado y ahora monopolizado por tus palabras, por tu mirada y por ese miedo inevitable al futuro que nos atormenta tan ridículamente.

Cada noche, por no decir todo el día, tengo un nuevo sueño, es decir, ya no hay pesadillas, todo se fue en algún momento y me pregunto ¿cómo es que lo logré?, ¿cómo mis miedos nocturnos se transformaron solo en visualizar su cara? ¿Cómo dejó la noche de atormentarme a tal punto de querer vivirlas todas contigo? ¿Cómo la lluvia dejó de ser problema y pasó a ser el escenario perfecto para vivir contigo? No entiendo, no entiendo en qué momento pasó, no entiendo qué hice o qué hiciste para llegar, para quedarte y para nunca ser olvidado. No sé que hizo el tiempo con el pasado pero se lo llevó, lo olvidé, se fue y no volverá porque el pasado no fue nada, solo serán recuerdos, películas de esas que ve la gente para llorar, películas de esas que a pocos les gustan porque a pocos les gusta vivir, así sea en vida ajena, un sentimiento tan cruel e injusto. Un pasado que logré enterrar, que tus manos ayudaron a sepultar en lo más profundo del olvido, ese pasado al que mis ojos se cerraron para poder abrirlos a este presente, este presente nuestro donde el único dolor que se siente es el de dejar tu mano fría en las noches, dejar tu pecho desprotegido cuando sientes que algo falta, dejar tus orejas vacías cuando le hacen falta que mi voz te diga en un susurro que ahí estoy a tu lado y que ahí seguiré el tiempo necesario. Ese tiempo que quiere dejar de ser tiempo para dejar de pasar, para congelar esa tarde perfecta, esa noche bajo nubes, estrellas y una Luna que no cualquiera puede regalar, una Luna reflejada en el agua que bañará todos esos errores del pasado, agua que se llevará con la más basta de las corrientes los más impetuosos y desgarradores sentimientos protagonistas del pasado. Ese pasado que ya ni es pasado, ya no es tiempo, ya no es recuerdo, ya no es nada, ya todo es futuro y todo lo encuentro en ese cielo que no canso de mirar, en esa silueta que cubre la Luna para encontrarme ahora con tu pecho, en esa silueta que representa el eclipse que le hago al dolor, la espalda que le doy a la vida que no me marcó de ninguna buena manera, a la patada que le doy a lo de antes y a las patadas que te doy a ti ahora.