lunes, 24 de junio de 2013

Parte 1: ¿De qué? No sé

Recuerdo el día porque era un día soleado de los que en realidad solía odiar, recuerdo el día porque ese día conocí a la persona, ¿y quien no recuerda el día que conoce a alguien que ama?. Salí de casa con la decepción de siempre, las caras en la calle que siempre te dan una idea del mundo que crees conocer pero del cual no sabes nada, salí de casa esperando poco y encontrando mucho. Sentado en ese anden, conociéndolo sin conocerlo, apareció, sabía quien era porque lo estaba pensando, lo había mentalizado ya hace mucho, era todo lo que quería, era quien iba a acabar conmigo, por quien escribiría más de mil letras, por quien lloraría noches eternas y solitarias. Lo conocí sabiendo quien era para mi, conociendo su cuerpo porque siempre soñé con recorrerlo con caricias infinitas, con poemas escritos en cada comisura de su cuerpo, con besos tatuados sobre su piel ya un poco dolida y golpeada de pasado, de historias que compartiríamos ese día y muchos más que vinieron después, muchos más días asquerosamente  soleados. 

Lo encontré como se encuentra lo que uno siempre busca pero no espera encontrar fácilmente, lo encontré sin quererlo, o me encontró a mi, aun no lo sé, el destino juega sus cartas de manera ridícula pero esta fue una mano ganadora, le debo mucho. Sin mucho esfuerzo entablamos relación, una un poco de película romántica, de esas de las que llegas a leer pero en la que nunca piensas ser protagonista, de esas en las que nunca creerías de no verlas, o en este caso, sentirlas hasta en el más pequeño hueso de tu cuerpo. Conocerlo fue una ráfaga en el cuerpo, una sensación en la que el corazón late tan rápido que parece que el corazón fuera todo tu cuerpo y que todas tus venas fueran a estallar a la mención de su nombre, al contacto con sus manos, al simplemente sentir su aroma rodeando ese momento perfecto en el que entre conversaciones infinitas conocimos nuestros mundos y hasta creamos uno nuevo, uno perfecto me atrevo a decir.

En esta época de mi vida debo reconocer que andaba perdido, conocía todos mis caminos y aun así todos era equivocados, familiares, conocidos pero erróneos todos. Reconozco que fui feliz, tanto que no me importaba ponerme en ridículo cantando canciones de musicales en público o que no me importaba contarle como en cuestión de semanas me salvó de la mejor forma que uno puede ser salvado. Reconozco que me entregué a ese sentimiento y que valió la pena decirle muchas de mis debilidades, para que las conociera y las amara, no demoré en mostrarle mis defectos, para que los aprendiera a querer lo más pronto posible, porque quería vivir mi historia de amor a como de lugar. Recuerdo a Bocelli en mi cabeza, si que lo recuerdo, como una estaca clavada en mi cabeza cada vez que pienso en Momentos específicos, recuerdo películas, baladas, lagrimas y abrazos, pero lo que más recuerdo son ojos, ojos que no se iban, que no se desviaban, ojos tímidos y ojos perfectos, tanto en el espejo como en su mirada, brillando como esa Luna que lo espantaba, esa Luna a la que le temía y de la cual me contaba que huía.



Curioso es que siempre salíamos de día, soleados para mi desgracia, salíamos a comer, salíamos a cantar en arboles torcidos, salíamos a perder el tiempo contándonos historias del pasado, conociéndonos y amándonos en cada palabra que compartíamos, salíamos siempre de día y una noche acostado lo noté, miraba La Luna y me preguntaba si tenía algo que ver su miedo a La Luna con salir en la noche. Un día soleado como muchos otros me propuso raptarlo, llevarlo lejos de casa para poder tenerlo cuando ya El Sol hubiese caído y nuestros cuerpos finalmente se tocaran bajo otro cielo, uno más privado, más romántico en mi concepto. El aterrado me decía que era una noche de Luna, no de novilunio, sino donde La Luna se veía en el cielo, sin dudarlo le pregunté por el temor que tenía hacia la noche o La Luna misma, como era de costumbre en muchas conversaciones intimidado apartaba la mirada e ignoraba mis comentarios, mis preguntas o inclusive mis elogios. Era obvio que no llegaríamos a tiempo para complacer su petición así que me confesó sus temores, me decía que le temía a la cercanía de La Luna y La Tierra, en realidad le daba miedo, pánico, era casi una fobia que se podía esperar de un licántropo, no digo mentiras. 

Me decía que El Sol por su brillo no se dejaba ver como era, que era demasiado incandescente para mirarlo directamente, para examinarlo y conocerlo para saber bien de El no había forma. Después me hablaba de La Luna, de cómo ella si se mostraba completa, en todas sus fases, demostraba como nacía y moría cada mes, mostraba sus etapas, sus cráteres, al menos los que se ven desde acá. Me decía que cada vez la veía más cerca, de las pocas veces que se atrevía a mirarla se aterraba porque sentía que se le venían encima todas esas fosas lunares, sentía que el mundo se acabaría si miraba al cielo de noche. La verdad no sabía que pensar, estuvimos la mayoría de la noche en un café con un olor particular a madera, a aromática de frutas, a tazas grandes de café y un aroma rustico que fue testigo de lagrimas, de confesiones personales, de un momento que guardo como tesoro, porque en realidad lo fue. Era abrir un libro que ambos teníamos empolvado en un estante dentro de nuestras mentes y corazones, era un diario de confesiones que nadie conocía hasta ese momento en el que decides darle tus pensamientos a esa persona, cuando decides darle tu pasado y tus temores sin pensarlo, sin avecinar nada, sin pensar más allá de las risas, de los silencios, de esa intimidad que se construyó en esa noche de café, vino caliente y fuego en las venas. 

Ni él ni yo eramos personas sociales, de esas que comparten sus vidas con cualquier extraño que salude, no eramos personas de muchos amigos, ni de hablar siquiera, pero en ese momento eramos dos y esos dos que fuimos ahí, esa noche, eramos todo. Luna y Sol. Eternidad y nada más que eso. Un infinito que nunca se detuvo, no esa noche. En ese momento ni pensaba en el amor, no pensaba en nada, el amor se volvió poco, el amor se volvió un mito porque cuando se ama es cuando se conoce esa persona que te hace ser a ti eso que es lo que llegas a amar en realidad. Pero no, esto era diferente, lo amaba a el, amaba lo que era yo, si, pero amaba lo que representaba escucharlo, oír sus teorías de la vida, prestarle atención a sus vivencias y relatos fue algo que llegué a amar más allá de amarme a mi mismo estando su presencia en mis días. 

Así pasó la noche, en el momento de salir del lugar me tomó la mano, entendí que notaría en la noche esa luz que da La Luna, esa luz que baña las calles de un azul pálido que convertía nuestras caras blancas y que le aterraba tanto, tomé su mano y le confesé otro de mis miedos, uno que no entró en las conversaciones que habíamos tenido, uno que tampoco confesaré en este momento pero que bajo esa luz tenue lo que logró fue un lazo de confianza, unas cuantas lagrimas de felicidad y un abrazo que duró lo que duró todo esa noche, minutos perfectos e interminables. Seguimos caminando, molestándonos con comentarios aleatorios y con un humor que resultó ser muy acorde el uno del otro, en realidad me sentía no caminando bajo la luz de La Luna sino que me sentía caminando en un terreno seguro, uno poco familiar, un camino que ya no conocía pero que se sentía suave y perfecto, como una nube allá arriba al lado de esa Luna que fue protagonista de un beso. Un beso sin planear y lejos de ser bueno en términos generales del manual del beso, fue un beso torpe y tierno, eso fue y fue perfecto. 

Esa pudo ser nuestra última noche, nuestro último encuentro, salí de mi casa esperando miedo y el mismo desequilibro de siempre. Ese y muchos días sentí miedo, pero esa noche fue la noche en la que conocí esa parte de mi que juré que nunca dejaría morir, podrán patearla y herirla, pero nunca morirá, era yo en ese momento un romántico y así seguiría, inclusive en soledad. Nunca olvidé esa promesa interna, nunca olvidé que amé y fui amado, y fue suficiente solo una noche para hacer de ese el último día de mi vida si tuviese que serlo.


viernes, 21 de junio de 2013

4:22

Estaba acostado como de costumbre, mirando hacia afuera con una pierna fuera de la cama por el insoportable calor de dos cuerpos unidos, siempre me pasa y siempre me pasará, pero noche sin calor para mi no es noche. Miraba por la ventana, pegando mi rostro hacia el vidrio para sentir el frío de la madrugada, ese que ni siquiera dos cuerpo unidos pueden evitar sentir, ese frió casi húmedo y helado que obliga a esos cuerpos a estar cada vez más cerca. Era tarde, lo sabía porque conozco mi cuerpo con relación a las horas del día, conozco como en la mañana estilo 8am se despierta sintiendo necesidad de una taza de té inglés, el de la caja roja porque a las 11am es cuando el cuerpo siente que necesita el de la caja naranja. Conozco mi cuerpo cuando tiene frío de verdad y frío de momento, cuando requiere de un café para calmar los escalofríos o cuando requiere de un té para calmar nervios y preocupaciones. Conozco mi cuerpo cuando necesita otro cuerpo, en una tarde lluviosa a las 4 o 5 de la tarde junto a un tenue fuego o una televisión con alguna comedia romántica a la cual ni le pongo atención porque probablemente ya haya caído del sueño provocado por el cantar arrullador de la lluvia cayendo sobre esas claraboyas metálicas. Conozco mi cuerpo cuando necesita estar lejos, cuando no quiere nadie cerca ni nada que lo interrumpa de sus pensamientos, conozco mi cuerpo a las 10 de la noche un Viernes donde la necesidad de un trago, dos o tres tragos es más que necesaria, conozco después esa misma necesidad dando vueltas en mi cabeza llegando a mi casa a las 4 de la mañana llorando por un trago de vida, ya no de alcohol. Conozco mi cuerpo a esta hora, a esta específica hora, mirando por la ventana, examinando la noche, alejándose de ese otro cuerpo y buscando en el firmamento y entre tantas estrellas una explicación o una motivación, un camino o una salida, un sueño o un final. 

No sé que busco mirando hacia afuera pero siempre lo hago, siempre busco y busco caminos hacia el cielo saltando de estrella en estrella, de sueño en sueño y desvelándome pensando en posibilidades infinitas para factores bastante sencillos. Si no es mirando por la ventana entonces es mirándome a mi, mirando al techo, mirando sombras, mirando al pasado y a ese reloj atascado en esa misma hora. Me levanto de la cama, salgo de la habitación y prendo un cigarrillo mientras escucho alguna canción que me recuerde algún momento, alguna palabra, alguna expresión o algún sentimiento. Me concentro en sus ojos, me concentro en la letra de la canción que escogí para ese momento, me concentro en sentir como el humo entra a mi cuerpo, como marea mi cabeza y como exhalo cada minuto un poco de ese humo que me marea, que me mata, que me llena de ideas y de canciones más allá de la que estoy escuchando, me llena de momentos vividos, de caricias que ahora parecen lijas en mi cuerpo, me fumo todo lo que queda y le prendo una vez más a la noche otro pitillo que me siga recordando y me siga enseñando más de ese mundo que a veces decido ignorar, de esas horas que pasan sin darme cuenta, de ese silencio que aturde sin dejarme sordo. Me concentro en sentir, en vivir ese momento, en sufrir, en dejarlo solo, en abandonar su calor y comenzar a quemar con un fuego diferente. Exhalo por ultima vez, miro hacia el cielo y como una ironía estúpida está ahí La Luna presente, llena y resplandeciente, como la odio, alguna vez le dije a alguien que regalar La Luna era algo totalmente sobrevaluado, algo sin sentido, algo tan vacío de significado y tan normal entre la gente que me daba asco y aun así la volví a regalar, de una forma diferente y única, de una forma que nadie lo había hecho y de igual forma de una manera que a nadie le importó porque nadie valora los intentos de hacer algo diferente.




Después de hacer este análisis que a nadie le importa, vuelvo a la cama, vuelvo a ese cuerpo extraño junto a mi, ese que ya no reconozco y ese que ya no tiene la misma vida, vuelvo a respirar una vez más, tan profundo como si este fuese el ultimo aliento que tomaré, me recuesto en la cama, lo miro, me mira, lo reconozco pero ya no lo siento, lo siento pero ya no es vida, lo amo pero ya no hay nadie adentro. Regreso mi mirada a la ventana a ese amanecer tan familiar en mis días, ese azul oscuro casi negro que nadie nota pero que en cierto punto es cuando la noche se hace más noche, cuando el día se hace más oscuro, ese punto en el que antes de amanecer el cielo te regala una idea, una explicación a muchos factores de nuestras vidas. Ese momento oscuro es ese mismo lapso de tiempo que vivimos entre el momento en el que nos damos cuenta que caímos hasta el momento en que tocamos el piso, es lo más oscuro entre lo bueno y lo mejor, entre lo malo y lo no tan malo, es ese momento el que se siente eterno, el momento en el que siendo de noche no esperas que nada pueda ser peor. Si es posible y si se pone peor y ese espacio de tiempo lo sientes gigante, eterno, insoportable e insufrible pero es necesario, único, y te hace ser ese que logró superar la noche y respirar en la mañana, ver el amanecer, los colores mezclados en el cielo que te parecen imposibles después de haberte sometido a tanta oscuridad, vuelves a ver con otros ojos y el frío que sientes es solo necesidad de juntarte a su cuerpo de nuevo, quizá no el mismo cuerpo, así lo desearas.

Nunca pensé que pasara, nunca pensé vivir momentos así, nunca pensé que en realidad el reloj siguiera su camino, que no se quedara más en esa hora y esos minutos, nunca pensé que llegaría a estar en esa oscuridad entre la noche y el día, entre el Viernes y el Domingo, entre el Cielo y La Tierra, entre El y Yo, entre mi vida y lo que venía de ahí en adelante, entre tantas cosas, tantos extremos que pensé que estaban tan alejados unos de otros. Recuerdos es lo que queda de esa hora tan perfecta, recuerdos de todo lo bueno, de nada de lo malo, recuerdos de sonrisas y verdades únicas. De alegrías sinceras, de caricias devastadoras, de besos eternos, de noches frías, de miradas sin limites, de lagrimas de felicidad, de despedidas cortas pero hirientes, largas pero siempre con una nueva bienvenida, de Momentos que no vuelven nunca más, de retratos perfectos que podrían llenar una casa soñada, de cámaras que con sus lentes capturaron más que imágenes y fechas, más que risas y pucheros, más que felicidad y segundos, más que todo eso fue una historia, una historia que duró exactamente un minuto. 

Volteo, miro el reloj, son las 4:22. Huh, inusual pero no me sorprende, me levanto de la cama nuevamente, me dirijo al baño y en el espejo me encuentro con algo y alguien que no soy yo, con una cara densa, pesada pero a la vez pálida y flaca, sin vida y sin nada en esos ojos, ojos que al ver esta imagen solo corren a esconderse, a buscarse de nuevo, a encontrarse pero no en los ojos de alguien más sino en si mismos. Me dedico a dar vueltas por ahí, caminar por caminos que no había explorado antes, a coger atajos de caminos ya conocidos, a cantarle a la lluvia, a actuar de una forma diferente, y aun así no hay nada en el espejo, no hay cambios, no hay emociones. Vuelvo al espejo, vuelvo a mirarme y como un idiota me digo que no que ese no eres tu, pero que volverás a la cama y el reloj seguirá su camino.

El Sol salió, abro los ojos que nunca durmieron, volteo, miro el reloj, son las 4:22 y así el tiempo siga mi mente se queda en el minuto anterior, en canciones infinitas en ese minuto. Al parecer tengo memoria de elefante...

Son las 4:22,
It's Friday and I'm in love. You can't forget it. Wild Thing, trip trip trip.

(...)





viernes, 14 de junio de 2013

Caminos de reconocimiento.

Pasa que voy por la calle, nuevamente tomando caminos equivocados o no equivocados pero si desconocidos y terminando en una calle mas ciega que el mismo caminante. Recordando y meditando me voy dando cuenta del significado de muchas frases y palabras que creía olvidadas y sin sentido, dejadas a un lado y totalmente ignoradas. Nada como el silencio y el estruendo cantando una misma canción en tu cabeza, esa canción que no dice nada, esa llena de silencios y desesperación, es que te saca de tu mundo y de tu camino por un instante idílico en el que recuerdas, piensas, analizas y empiezas a creer y a construir, a demoler y a optar por nuevos caminos, igual de desconocidos como los otros que sin titubear ya has caminado, por los cuales ya corriste, ya saltaste, ya te arrastraste. Por esos caminos donde una vez amaste, donde odiaste, por esos en los que ni siquiera caminaste sino que los recorriste elevado, con alas de momento, viento de viejos amores, cielo de felicidades que no eran las tuyas pero que adoptaste para sentir, caer y seguir en tu camino tal vez no de la misma manera, siempre diferente, constante e indomable.

Entre tantos caminos no puedes esperar ir solo ni no tropezarte con algo que te obligue a levantar la mirada de esos pies que ves ya tan cansado. Entre estas eventualidades en tus caminos lo mas común son las personas, ese contacto social inevitable, esa transacción inevitable de saludos, conversaciones y hasta sentimientos. Siempre trato en lo posible de ignorar, de seguir caminando mirando a los ojos de ciertos individuos por que hay ojos que me inquietan, que perturban mi cabeza queriendo conocer la historia detrás de esos ojos vacíos, dañados, muertos, con una vida ajena, esos ojos me hacen detener, inventar más caminos, pensar en la procedencia de esa mirada perdida tanto entre la multitud como entre la vida misma. Con una preocupación que desborda mis pensamientos comienzo a crear nuevos mundos, a recorrer caminos con ojos cerrados, con la mente en lo alto, la imaginación fuera de si, creyéndome Dios y arquitecto de vidas ajenas, de historias que no son mías, de finales que no me corresponde clausurar y de nuevos comienzos que no está en mis manos inaugurar. Recuerdo sentir agonía y frustración, no puedo ni cambiar lo que tengo cerca mucho menos cambiaré el destino de algo que desconozco pero que muero por conocer, entender y transformar. Mi mirada vuelve a mis pies cansados de tanto caminar, de dar largos pasos, de pisar pedazos de vidas ya desechas, de eso que te perturba, de los sobrantes de lo que alguna vez fue aire par alguien más que al igual que tu está perdiendo su aliento y sudor en encontrar eso que desconocen pero que buscan y esperan hallar. Siendo 'eso' ese 'algo' que da vida, que vale la pena esa y las miles de odiseas invertidas en esa búsqueda en la que yendo a ciegas y en condición de esclavo de la incertidumbre, encuentras la fe que invertiste, el amor que perdiste, la Luna que se fue de tu cielo, la nota final de la melodía que complemente el alma.  

Me pregunto cual es la motivación  de los otros caminantes, cual es la meta a alcanzar de esos ojos nómadas con las que me topo, con qué pensamientos vagan al igual que yo por caminos inciertos, me pregunto si es el amor y sin dudarlo me convenzo de ellos, de que caminan por amor en cualquiera de sus presentaciones, amor a una nueva vida, amor a una familia o inclusive amor hacia un solo individuo. Me cuestiono como lo hago todo el tiempo acerca del amor, me imagino sus pensamientos, el concepto tan bajo o tan elevado que puedan tener con respecto a algo que para mi abre caminos,despeja cielos, calma tormentas y maquina mi vida entera. Pienso en el amor frío, en el amor como pasos sobre hielo delgado y traicionero, el amor desgarrador, perfecto, diferente, ahogante, culminante, abrazador y detonante. El amor como una luz prendida en medio de la noche, en medio del silencio absoluto, una luz amarilla, azul, verde, una esperanza para todo errante sin rumbo, para todo aventurero esperando llegar a su destino. Destino es ese amor que calla, el que no juzga ni pretende ser otra cosa, el que cae y se levanta, el que se eleva sobre el fuego, el que mata, hiere, traiciona y renace. El que no da nada, el que desilusiona, el que te hace morir en vida y te convence de que si has de morir una vez en tu vida, será por eso, por amar caminos sin salida a los que les diste la espalda, conceptos erróneos que no creíste, a amores irreverentes de los que aprendiste y ganaste más que un beso, más que mil sudores y llantos fueron felicidad y enseñanza, perdón y consistencia, miedo y sombras, baladas y silencio. 

Pienso en quienes se rindieron, en los que no lucharon, los que desistieron ante un sentimientos tan puro, a un sentimiento que no muere sino que se olvida, un sentimiento que se reinventa, un sentimiento que acecha siempre al vagabundo, al desolado. Amar es no abandonar, amor es permanecer invisible y paciente, es sentimiento que calla para ser oído, es vida que no se va, que no se mueve ni se rinde, es espera que no se agota, vida que espera a vivir, muerte que no mata, fuego que no quema, pasión que no se extingue, agonía que se calma y lluvia que se lleva la sequía. 

Recorrer nuevos caminos es mantener la fe en el objetivo de amar, es no conformarnos con caminos a medias, es tomar decisiones, es buscar hasta encontrar, es saber quien eres, no olvidarlo y seguir caminando. Es cambiar de pasos si los que tomabas no eran suficientes, amor es tener el valor suficiente para romper barreras, para caminar sobre piedras de decepciones, correr sobre fuego implacable y cruel, flotar en el aire si te lo permiten tus alas remendadas, es saber no solo quien eres, no solo que buscas y que haces para encontrarlo, es reconocer tus fallas, reconocer falencias y errores, dar pasos torpes y sin argumentos, dar puños al aire, caer en miseria, mirar a la oscuridad a los ojos, llorarle a la soledad, acomodarte en el rincón  donde habitan los lamentos, conocer la parte tuya que duele, la parte dentro de ti que es cruel, la que te mata solo a ti con el único e hiriente propósito de mostrarte esas faces que no conoces, ese demonio que ocupa una fracción de quien eres, esa soledad que te acompaña en sombras, ese asesino, esa paria carroñera que desata lo peor de ti, esa que te enseña otros caminos de los que huyes triunfante, de los que sales sin se tu mismo pero con la certeza de conocerte ahora mejor que nunca, de conocer tus límites, tus caras, tus extremos internos y como estos juegan dentro de ti para enseñarte tu única cara, esa que no deja de mirar hacia arriba. 

Conocer quien eres no es solo cuestión de saberlo sino de reconocer que hay una dualidad inquebrantable que constantemente está batallando dentro de ti. Es conocer los extremos de tu personas, es conocer y convencerte de que no solo caminad por un camino, no sabes nunca quien eres hasta que te conoces, te aterras con lo que encuentras y sigues amando tus metas, tus pensamientos y caminos pueden ser dos, pero que mueve tus pasos es la consistencia de tus creencias. Al carajo quien no cree en el amor, al carajo quienes viven sin rumbo, que se pierdan en la vida quienes no sientan, quienes traicionan, quienes viven en función del dolor, del odio a la vida, de la negación, quienes aun piensas que amor y odio son opuestos cuando el amor es el mismo odio pero visto desde la perspectiva de quien no supo amar, visto desde ojos vacíos, desde ojos que una vez fueron vida, vida que dejaron morir, muerte que dejaron entrar, odio y vacuidad en cuerpos que no supieron caminar caminos difíciles, cuerpos que no dejaron entrar a las oportunidades que caían de cielos en batalla, cuerpos que negaron vida entre tanta muerte, almas sin cuerpos y cuerpos sin almas. Malas decisiones, malos pasos, fuego extinto con lagrimas de ojos que ya no saben como llorar, de corazones que no saben amar, de cuerpos que ya no conocen como fusionarse con otros, del desapego a la vida que ya no pueden recuperar.

Es fácil reconocer a quienes se rindieron, sus ojos son como pozos secos, como una noche sin Luna ni estrellas, como una cárcel donde en un metro de habitación las angustias, el arrepentimiento, el dolor y la soledad se reunieron para darse un banquete con la vida en los ojos del cobarde. Ese cobarde que decidió no caminar más, el errante que no supo conocerse, el enamorado que traicionó y no fue nunca perdonado, el amante que dejó de luchar, el vivo que decidió matar su vida, perder la luz en sus ojos, cegar su mirada y aun así ver solo la miseria reunida con sus recuerdos en una página en la que ya no caben más letras, ya no hay más historias, ya no tienen donde escribir una aventuras diferente.Es fácil reconocer entre tanta gente y entre tantos ojos, a quienes murieron sin pelear, a quienes decidieron (porque es una decisión) morir en vida.

Sigo caminando, sigo insistiendo, buscando y esperando. Perdonando y olvidando. Perdonando lo argumentado y olvidando lo que no merece ni debe ser recordado. 

Sigo amando, sigo amando, sigo amando... porque no sé seguir de otra manera.


"No me diga quien soy que yo sé muy bien
 quien soy y quien puedo llegar a ser"

- Anónimo