martes, 1 de julio de 2014

Malestar rojo.


Mi malestar es despertar con la luz del Sol quemando mis pupilas al más mínimo contacto con la luz que emite de forma tal que me juzga por el simple hecho de seguir abriendo los ojos a un nuevo día. Un nuevo día en el que no soy nada más que ese cuerpo extendido en una cama desierta en la cual caí como roca al fondo del mar; solitaria y cayendo lentamente pero con seguridad de que en algún momento tocará fondo. Mi malestar es levantarme dando pasos torpes y tropezando con cada objeto que se interpone entre el baño y yo, cada pared me empuja, cada prenda de la noche anterior tirada en el suelo me recuerda que hasta para mirarme al espejo tengo toda una carrera de obstáculos en frente mío, como si ya no hubiese sido suficiente con el hecho de poner un pie en frente del otro. Mi malestar es finalmente llegar al baño, abrir los ojos lentamente, exponiendo mi retina a la luz y de forma muy precavida dejarme ver a mi mismo eso que queda de mi, eso que dejé una vez más como producto de otra noche en vela, como el resultado de un mundo de aciertos y errores, como si toda una vida hubiese caído encima mío y mi única opción fuese levantarme una vez más y redefinir mi vida, una y otra vez.

Mi malestar es entrar en la ducha, pensando en que el agua puede lavar el pasado, pensando que el pasado es el problema cuando el problema es que aun no identifico el problema. Conozco muy bien quién soy, lo que hago en un día regularmente y lo que hago en una noche. Sé muy bien cuales son mis límites y a la vez cuales han sido mis excesos, sé de qué formas he tocado fondo y las miles de maneras en las que sigo excusándome para volver a caer un poco más bajo, un poco más profundo. De alguna forma siendo esa roca que va yendo lentamente, pero sin duda alguna, al lugar más oscuro del fondo de ese océano donde ya nadie la verá ni la escuchará a excepción de todo lo que haya a su alrededor pudriéndose junto a ella.  Mi malestar es este momento, este en el que salgo de la ducha y el frío que siento no se compara con el frío que emana mi mirada, podría detener el calentamiento global con un pestañeo. Es este momento en el que siento que volver a comenzar es simplemente repetir el día anterior, sentir que mi enfermedad siempre estará ahí, encerrada en mi mirada, cada vez más distante, cada vez más fuera de este mundo, fuera de mi y lejos muy lejos de volver a ver algo más allá que ese tempano de hielo en el que se ha convertido eso que antes era fuego y pasión, amor y valentía. 

Mi malestar es este momento, precisamente este en el que tomo un poco de café, enciendo un cigarrillo y miro por la ventana. Examino el día, veo la gente pasar y pienso en lo que debería vestir hoy. Pienso minuciosamente en la manera en la cual combinaré mis medias con mi atuendo, pienso en mi itinerario del día, los gastos que exige y en la forma en la cual me quiero entretener después de cumplir con las obligaciones sosas, esas que me dan de comer, esas que pagan éste café y esas que hacen posible que pueda fumarme este y otros cuantos cigarrillos diariamente, Marlboro rojo.  Rojo, ese era su color, era el color que lograba emitir su personalidad, eran sus labios, era su ausencia, era el humo que exhalaba de su cuerpo, era su pasión y su lujuria,.

Rojo era el color de mi malestar, este en el que pienso a medida que preparo un desayuno el cual comeré a la mitad y dejaré en la mesa del comedor esperando a ser desechado cuando vuelva a casa con la misma inapetencia con la que salgo ahora. Rojo una vez más, rojo mientras camino, rojo mientras miro a la gente pasar, rojo mientras canto y ojos agresivos juzgan mi desentonado tono de voz, rojo mientras estallan mis tímpanos a medida que subo el volumen, a medida que el rojo se asienta más en mi cabeza y empiezo a flotar unos centímetros. Rojo mientras me alejo, rojo todo mientras vuelvo a mi realidad, esa sin colores, esa que es lo que es y no es más, esa misma que vuelve después de haber nadado en lo que se muy bien es algo pasajero, pero rojo.

Mi malestar es no saber conocer más colores, es encontrarme diariamente con una paleta de colores monocromáticos, todo es blanco cuando amanece, todo es gris a medida que el día pasa y todo es negro cuando la noche me atrapa con sus propuestas y lo único que logra llamar la atención es ese mismo rojo, rojo en todas sus facetas y tonos. Mi malestar es rojo sangre cuando mi cuerpo de hielo no deja de extrañarle, es ese tono de rojo en el que siento que te quiero de todas las formas posibles pero a la vez no encajas en ninguna de ellas. Mi malestar es sentir que todo duele y que ese dolor sea eso, que esa soledad de mis ojos para adentro sean eso y lleven su nombre, mi malestar es quererle de pies a cabeza sabiendo que sus pies no caminan por donde yo lo hago y que su cabeza se ha asentado lejos de aquí, en La Luna, en una luna eclipsada, una roja, como esas que le daba miedo mirar. Roja como esa herida que aun lleva en ella los roces de sus palabras de metal, oxidadas y con ese sabor amargo que deja todo lo que se expone por mucho tiempo a la indiferencia y a lo frío que se siente no poder sentir nada, al miedo que respiran quienes sólo saben del olvido.

Mi malestar es perderme en otra  noche, caminar por la calle sin un rumbo fijo, fumando rojo, sintiéndome rojo, extrañando su rojo y simplemente yendo de calle en calle, analizando todo pero pensando muy poco; creyendo que lo puedo solucionar todo en un instante pero de la misma manera destruyendo todo lo que  logro edificar en cuestión de segundos, en cuestión de lo que dure la canción, lo que dure el camino, lo que dure viajando de un lado al otro sin moverme mucho. Caminar nunca ha sido una de mis pasiones, perderme en mis pensamientos sí lo es, caminar en si no es lo que me está llevando a algún lado, es mi cabeza la que se pierde mientras doy pasos que no tienen destino pero que estimulan esa parte de mi que se debe sentir viva, esos pasos hacen que respire, liberan la adrenalina, me hacen ver el mundo de forma más intensa, de un rojo intenso.

Mi malestar es ir sin rumbo, caminar y verlo todo cubierto en diferentes tonalidades en las que le encuentro a menudo. Rojo rubí es sentir que respira a mi lado mientras la mañana se asoma por la ventana, frambuesa me recuerda el olor del té al desayuno, el rojo cereza me recuerda como su cuerpo se desenvolvía con el mío, el rojo cinabrio me recuerda como sus mejillas se pintaban cuando le narraba poemas al oído. Rojo  cardenal era Neruda, rojo cadmio era Cortázar, rojo caoba para las tardes en las que todo le importaba mierda y rojo arenisca cuando su sonrisa desbordaba de felicidad la habitación. Rojo almagre para calmar sus nervios cuando nada más lo hacía, rojo brillante para cubrir del frio y rojo carmesí para lo oscuro de sus noches sin sueño. Rojo del atardecer para calmar mi ansiedad de sus caricias, rojo bengala para satisfacer sus deseos, rojo amapola mientras le cubría el cuerpo a besos, rojo burdeos para explicarle sin palabras lo que siempre supimos y nunca dijimos, rojo en todos sus tonos para enseñarle a amar. Rojo era todo lo que veía, rojo es todo lo que veo, rojo es lo que me enferma y es ese rojo lo que llamo mi malestar.

Mi malestar es acostarme sobre mis propias derrotas, es dejarme vencer una vez más por el peso de la noche sobre mi cuerpo cansado de no ir a ninguna parte. Mi malestar es querer que el tiempo se detenga, o se devuelva o se adelante; la verdad ya no sé ni qué se puede hacer con el tiempo ya que de cualquier modo y de cualquier forma en cómo lo trate no existe tiempo si no existen motivos para hacer de él lo que quiera, no existe nada cuando no se desea nada y no existe deseo cuando lo que se desea es nocivo. Se vuelve algo complicado manejar los deseos cuando debes limitar y reconocer el punto en el que algo deja de ser satisfactorio y comienza a ser complaciente. Satisfacer es momentáneo, es inocente, es lo que se hace diariamente guiado por una necesidad, ya sea física o psicológica. Complacerse es simplemente lujuria, excesos, necesidad de romper barreras, exceder límites. Volar siendo humano es complacer a lo imposible, ser quién no se es por ser algo nacido del deseo inexplicable de sentir el dolor de tener todo y que eso que tienes sea todo lo que no necesitas.

Mi malestar es prender otro cigarrillo, mirar al cielo y contar inútilmente las estrellas, es sentarme en un balcón donde el frío nuevamente me recuerda mis ojos cansados, donde la brisa me lleva a escuchar susurros que no están ahí, supongo que es la paranoia atacando de nuevo. En mi cabeza siento que llama mi nombre, es imposible que éste sea pronunciado por sus labios. En silencio siento que converso con pensamientos que no logro expresar, siento que dentro de mi al igual que los tonos de rojo hay miles y miles de conversaciones, como si una doble moral batallara en mi cabeza, como si mis mil demonios por fin se percataran de su existencia y decidieran hacer conmigo lo que se les antojara, destruirme desde adentro, acabar con lo que queda, eliminar el brillo en mis ojos, ese que hiela mi pasión pero que enciende la incertidumbre de quién los mira. De alguna forma simplemente acallo esas palabras y me dejo consumir por la noche al igual que al soplar mi cigarrillo este sucumbe ante mi aliento. Mi noche es temblar sabiendo que no es por el frío  sino por su ausencia, es sudar de forma que recuerdo sus abrazos pero a la vez sólo siento sus puñales, es no poder cerrar los ojos ante la noche que ya me a desechado al cumplir con su objetivo, es no poder conciliar el sueño sintiendo que a donde mire me quedo ciego y todo lo que siento es el cansancio de un día más en el que perderme en mi mismo sigue siendo rutina. 

Mi malestar es un vicio que no logro dejar a un lado, es reconocer que aun sigue ahí, martillando poco a poco la pared que he ido forjando a medida que voy recuperándome en silencio detrás de esa estructura que considero impenetrable pero que sé muy bien que es aun es vulnerable a las palabras, a sentir, a dejar de ser esto en lo que me he convertido. Mi malestar no es mirar hacia atrás porque no necesito ver en ninguna dirección cuando el problema lo llevo dentro de mi, mi malestar no es no poder levantar la cabeza porque sé claramente que no puedo ir a ningún lado sin mirar minuciosamente de qué forma estoy dando los pasos. Mi malestar no es hacer algo sino dejar de hacerlo, lo que me desvela no es lo que he hecho sino lo que no he logrado hacer y lo que no tengo intenciones de llevar acabo aun. Mi malestar es querer seguir perdido porque perderse por un segundo no te enseña nada, te asusta pero no te enseña, te hiere pero no te mata. Por otro lado, perderse indefinidamente te mata de a poco, te hace conocer lugares, conocer caminos, conocerte a ti mismo. Conocer colores, conocer tonos, conocer el mundo más allá de lo pálida que puede a llegar a ser la realidad, de lo sin sabor que puede llegar a ser seguir un lineamiento especifico sin salirse de éste por un segundo. Perderme no es mi malestar porque mi malestar no es un estado, no es un algo, ya ni creo que sea un alguien siquiera, mi malestar es simplemente eso que sientes cuando lo que sientes no lo puedes describir, cuando lloras seco, cuando ríes por complacer más no por sentir, cuando esbozas sonrisas a cambio de aceptación, cuando callas todo lo que en tu silencio te ataca por miedo de que sea a ti a quién el mundo calle. Mi malestar tiene color y siempre será el rojo, el rojo que mata, el rojo pasión, el rojo que escurre de un cuerpo sin vida, el rojo que sudan dos amantes que están destinados a la desgracia. Mi malestar es estar aquí y ahora, tumbado en escombros de vida, en retazos de momentos vividos pero olvidados, en arrumes de palabras dichas pero que ya no se sienten, es mirar hacia cualquier esquina de las paredes que te rodean y poco a poco quedarte ciego mientras te lamentas porque el Sol volverá a salir, porque la madrugada será fría y el amanecer rojo como ninguno una vez más. Mi malestar es pintarlo todo rojo, sentirlo todo enfermo, sentirlo todo destruido. Mi malestar soy yo, soy yo ayer, soy yo hoy, soy yo mañana, perdido en rojo. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Parte 7: Los espirales

No, no me he rendido en el amor ni mucho menos lo dejaré a un lado. Siempre ha sido el motor de mi vida, lo que inspira mis aspiraciones, mis metas, mis ambiciones y a decir verdad, la mayoría de mis desgracias. Es por el amor por quién he escrito en repetidas ocasiones, es por ese sentimiento por el que he sentido la necesidad de ir más allá de mis alcances, más allá de mis límites y rompiendo todo eso que creía tan fuerte, tan estable, tan inquebrantable y seguro. De un momento a otro veo todo como un pasado extraño, como si ese que yo era antes fuese una persona que no recuerdo, como si hubiese estado en coma todo este tiempo y que esa persona simplemente nunca hubiese existido, como alguien dentro de mí. Es tan difícil familiarizarse con un sentimiento que te hizo sentir así, al punto de no creer sentir en absoluto y simplemente dejar tus sentimientos en una caja que no pretendes abrir en mucho tiempo, que no crees querer volver a abrir; no le ves necesidad, no le ves un uso ni encuentras el porqué de querer sentir algo en absoluto. 

Nos pasa a todos en algún momento que sentimos que estamos haciendo las cosas mal, que reconocemos que estamos en una bajada sin ningún rumbo que pueda ser bueno pero igual seguimos dirigiéndonos al vacío sin nada que valga la pena. Simplemente nos dedicamos a caer, a caer, a caer...seguir cayendo y riéndonos de nosotros mismos en esa caída, sintiendo lo idiotas que somos pero encontrando cierto placer casi enfermizo en ver en ese reflejo en el espejo todo el daño que te has hecho a ti mismo pero a la vez viendo en tus ojos esa persona que te dice y te confirma quién eres, que te reafirma lo que eres, lo que tienes, lo que quieres en tu vida pero que de alguna forma ese mismo personaje en el espejo se hace cómplice de tus jugadas, de ese conjunto de movimientos que te llevan cada vez más bajo, más hondo, más lejos de ese camino que de hecho podría hasta reencontrarte contigo mismo.

¿Qué haces entonces cuando ni tú mismo puedes reconocer en tus pasos un camino erróneo? ¿Qué haces cuando estás dirigiéndote en un sentido sin sentido? ¿Qué haces cuando tú mismo eres la fuente de todos tus dolores? ¿Qué pasa cuando te gusta? No sé cómo sea en el caso de los demás, no soy nadie para ser pre juicioso y mucho menos alguien para hablar de lo que está o no moralmente correcto. La moral no es realmente un tema que sepa definir ya que no es algo que encuentro que esté correctamente conceptualizado en la época en la que vivimos. Lo correcto y lo incorrecto está en estos tiempos establecido por reglas que nos imponen, por pensamientos y conductas de comportamiento que determinan su 'moralidad' según un montón de papeles, reglas y conjunto de pensamientos preestablecidos en los cuales tenemos que creer y por los cuales tenemos que responder de cierta manera. No sé realmente como vivir en un mundo en el cual lo que es bueno o malo es bueno o malo para alguien que eligió por mí lo que tengo que creer qué es o no bueno. Obviamente hay una conducta en cada uno de nosotros que determina estas cosas, hay ciertos valores, cierta educación y forma de crianza que nos estipula lo que tenemos o no que pensar. Pero, detrás de eso, detrás de lo establecido ¿qué pensamos realmente? ¿Quién tiene el valor de decir algo inmoral hoy en día? ¿Quién se atreve a ser desquiciado? Quién conoce la crueldad conoce la verdad del mundo en el que vive, quién reconoce la virtud en lo inmoral sabe cómo manejar el mundo que lo rodea, el aire que irreverentemente aspira día a día. 

Dicho lo anterior y teniéndolo en cuenta quisiera retomar mis vivencias haciendo un pequeño énfasis en lo que considero que fue el comienzo del final; supongo que en algún punto lo que nos pasó es que quedamos en un completo silencio que muchas veces no supimos manejar, nos pasa seguido que siempre que existe un espacio sin nada que decir o nada que hacer simplemente nos sentimos incómodos, incompletos, con ganas de correr y dejar ese espacio sin llenar, esas palabras sin decir y ese momento sin vivir al máximo. Pues son esos silencios los que llenaban todo, esos en los que una sonrisa, una mirada, un suspiro o un gesto le daban más significado a esto que debería ser tomado de una forma totalmente diferente. Pero hoy no quiero hablar mucho de estos silencios porque por muchas noches estos silencios lo fueron todo, tocaron cada fibra y llenaron cada espacio que para muchos puede parecer inconcluso pero que para mí complementaban todo lo que se sentía sin sabor alguno.

No hablaré de silencios porque los silencios fueron muchos y siendo muchos fueron perfectos. Quiero hablar del ruido, de los estruendos, de la música fuerte, de los gritos y de los llantos, de lo que ensordece nuestros cuerpos. De lo que ciega el alma, de eso tan fuerte, tan nocivo y tan llamativo e enviciante que se confunde por placer sabiendo que el placer es pasajero y la felicidad a pesar de ser efímera es constante y enriquecedora, no complaciente e hiriente. Quiero hablar de cómo las palabras crean puentes hacia mundos diferentes, hablar de la forma en que los estruendos nos lanzan a mundos alternos y de una manera gradual lo que comenzó siendo una noche terminó siendo una semana, un mes y una eternidad de tiempo rodeado de gritos, de paranoia, de una angustia que nadie conoce y que nadie calma; de una música que no dejamos de escuchar, una canción que suena como la misma, esa que dice que busques una salida cuando tus ojos sólo te muestran curvas sin rumbo, sin metas, sin nada más que tus deseos y esa avaricia que de una forma irónica por quererlo todo, todo es lo que te ha quitado. Quiero hablar de ese día en que nos perdimos por querer probar caminos alternos, por caer en espirales de los que eventualmente supimos salir pero siendo dos personas que no compartían la misma vida, dos personas que cambiaron, que se aceleraron a vivir y que en ese afán perdieron el motor de su vida, los lineamientos de su amor, el objetivo por el cual en un principio decidieron caminar juntos. Dos personas que se conocieron en una tarde soleada y silenciosa pero que se dejaron de conocer en noches tan oscuras que ni pudieron reconocerse en la mirada del otro.

No podría ni comenzar a explicar lo que fue ni cómo pasó, de un momento a otro nos enfocamos en todo en lo que no debimos, tomamos tantas decisiones equivocadas que la única que parecía ser genuina y pura terminó siendo simplemente una opción. Amor ya no era lo mismo, el contacto, las caricias, la música que escuchábamos en una tarde lluviosa ya no era amor, ya no eran momentos perfectos sino vivencias efímeras, llenas de cargas emocionales pero de otro tipo, de esas que dejan tu moral por el piso, que dejan la consciencia intranquila y que al siguiente día todo lo que te deja son arrepentimientos y rencores que no se van como se fueron muchas cosas. Aquellas cosas que no vuelven, cosas que se desvanecen como lo hacían los causantes de esta separación en primera instancia. El dolor ya no era algo que compartíamos, no era algo que fuese mutuo o que ambos sintiéramos como uno sólo, cada uno tenía un mundo por el cual llorar, cada uno se encargó de destrozar lo que habíamos construido, lo individual y lo que teníamos en común, lo que con tanto esmero llegamos a perder por un placer que nos destruyó el mundo, la vida de cada quién resultó ser la vida de algo externo a nosotros, dependiendo de algo más que no eran sus manos, no eran sus besos, no eran sus palabras, no, no era nada de esto. Era un mal que nos consumía, que nos alejaba y nos dejó viendo en nuestros ojos nada más que recuerdos muertos, jardines de recuerdos expirados, sueños que se fueron rodando y terminando en un barranco de vivencias que nos desapegaron de la vida misma.

Quisiera decir que en algún momento de la historia supe que todo iba a ser así de devastador, realmente lo fue y no necesariamente fue malo, no fue malo en absoluto. Recuerdo muy bien una tarde sentados frente a un parque sin gracia, lleno de eso árboles torcidos que tanto me gustaban, recuerdo cómo hablábamos de la vida creyendo que la teníamos en la palma de nuestras manos, creyendo que éramos los arquitectos de nuestros propios destinos y jurándole a ese cielo gris que nos cubría que no importaba que tan fuerte soplara el viento ni que tan duras fueran las olas en la marea de nuestras vidas, nos juramos planear siempre todo a favor de cada quién

Y así fue cómo resultó todo en realidad, nada fue malo, nada fue perfecto pero si fue devastador, todo de algún modo se derrumbó, todo cayó pero lo hizo para ser más fuerte. De cierta forma encontré en la desgracia la fuerza que necesitaba para ser mejor y también para reconocer lo peor. Conocerte a ti mismo no es saber de tus cualidades y alcances, es reconocer qué es eso que puedes llegar a ser, cual es esa parte oscura que no conocías antes, esa que te da pena mirar al espejo, esa que cae tan bajo que reconoces como parte de ti mismo pero que solo quieres saber de ésta como algo que está en ti más no alguien que quieras ser. No, nadie me ha hecho seguir pasos que yo mismo no me haya impulsado a dar, pero tampoco nadie nunca me ha dicho que lo deje de hacer, no voy a decir que quién soy ahora es producto de un intento fallido de felicidad porque si algo he aprendido es que la felicidad en la vida viene fraccionada, viene suministrada en pequeñas dosis que la vida te va soltando de a pocos.


No me quejo de haber perdido ni me arrepiento de reconocer en mis ojos ese vacío, si el mundo ha sabido de mi vida es por las cicatrices en mis manos, por lo que hace falta en mis ojos y por los pasos que sigo dando sin saber hacia qué es lo que me dirijo pero con la certeza de haber aprendido lo suficiente para no caer en los mismo espirales en los que ya he vivido y por los cuales innecesariamente he sufrido. La paranoia y la angustia ya no son parte de mi vida, las noches sin dormir y la ansiedad por una nueva mañana se los dejo a aquellos que no han sabido encontrar en sus vidas un lineamiento apropiado ni un motor diferente a lo que la superficialidad y la avaricia pueden otorgar. A quiénes decidan volar se los recomiendo, a quienes decidan tirarse al vació les doy la bienvenida para que caigan, para que disfruten la caída y para que así como yo sepan apreciar un buen golpe al volver a la vida real, esa que duele pero de la que aprendes. Esa que dicen no querer vivir pero que lamentablemente es la única que tenemos.