jueves, 13 de febrero de 2014

Parte 7: Los espirales

No, no me he rendido en el amor ni mucho menos lo dejaré a un lado. Siempre ha sido el motor de mi vida, lo que inspira mis aspiraciones, mis metas, mis ambiciones y a decir verdad, la mayoría de mis desgracias. Es por el amor por quién he escrito en repetidas ocasiones, es por ese sentimiento por el que he sentido la necesidad de ir más allá de mis alcances, más allá de mis límites y rompiendo todo eso que creía tan fuerte, tan estable, tan inquebrantable y seguro. De un momento a otro veo todo como un pasado extraño, como si ese que yo era antes fuese una persona que no recuerdo, como si hubiese estado en coma todo este tiempo y que esa persona simplemente nunca hubiese existido, como alguien dentro de mí. Es tan difícil familiarizarse con un sentimiento que te hizo sentir así, al punto de no creer sentir en absoluto y simplemente dejar tus sentimientos en una caja que no pretendes abrir en mucho tiempo, que no crees querer volver a abrir; no le ves necesidad, no le ves un uso ni encuentras el porqué de querer sentir algo en absoluto. 

Nos pasa a todos en algún momento que sentimos que estamos haciendo las cosas mal, que reconocemos que estamos en una bajada sin ningún rumbo que pueda ser bueno pero igual seguimos dirigiéndonos al vacío sin nada que valga la pena. Simplemente nos dedicamos a caer, a caer, a caer...seguir cayendo y riéndonos de nosotros mismos en esa caída, sintiendo lo idiotas que somos pero encontrando cierto placer casi enfermizo en ver en ese reflejo en el espejo todo el daño que te has hecho a ti mismo pero a la vez viendo en tus ojos esa persona que te dice y te confirma quién eres, que te reafirma lo que eres, lo que tienes, lo que quieres en tu vida pero que de alguna forma ese mismo personaje en el espejo se hace cómplice de tus jugadas, de ese conjunto de movimientos que te llevan cada vez más bajo, más hondo, más lejos de ese camino que de hecho podría hasta reencontrarte contigo mismo.

¿Qué haces entonces cuando ni tú mismo puedes reconocer en tus pasos un camino erróneo? ¿Qué haces cuando estás dirigiéndote en un sentido sin sentido? ¿Qué haces cuando tú mismo eres la fuente de todos tus dolores? ¿Qué pasa cuando te gusta? No sé cómo sea en el caso de los demás, no soy nadie para ser pre juicioso y mucho menos alguien para hablar de lo que está o no moralmente correcto. La moral no es realmente un tema que sepa definir ya que no es algo que encuentro que esté correctamente conceptualizado en la época en la que vivimos. Lo correcto y lo incorrecto está en estos tiempos establecido por reglas que nos imponen, por pensamientos y conductas de comportamiento que determinan su 'moralidad' según un montón de papeles, reglas y conjunto de pensamientos preestablecidos en los cuales tenemos que creer y por los cuales tenemos que responder de cierta manera. No sé realmente como vivir en un mundo en el cual lo que es bueno o malo es bueno o malo para alguien que eligió por mí lo que tengo que creer qué es o no bueno. Obviamente hay una conducta en cada uno de nosotros que determina estas cosas, hay ciertos valores, cierta educación y forma de crianza que nos estipula lo que tenemos o no que pensar. Pero, detrás de eso, detrás de lo establecido ¿qué pensamos realmente? ¿Quién tiene el valor de decir algo inmoral hoy en día? ¿Quién se atreve a ser desquiciado? Quién conoce la crueldad conoce la verdad del mundo en el que vive, quién reconoce la virtud en lo inmoral sabe cómo manejar el mundo que lo rodea, el aire que irreverentemente aspira día a día. 

Dicho lo anterior y teniéndolo en cuenta quisiera retomar mis vivencias haciendo un pequeño énfasis en lo que considero que fue el comienzo del final; supongo que en algún punto lo que nos pasó es que quedamos en un completo silencio que muchas veces no supimos manejar, nos pasa seguido que siempre que existe un espacio sin nada que decir o nada que hacer simplemente nos sentimos incómodos, incompletos, con ganas de correr y dejar ese espacio sin llenar, esas palabras sin decir y ese momento sin vivir al máximo. Pues son esos silencios los que llenaban todo, esos en los que una sonrisa, una mirada, un suspiro o un gesto le daban más significado a esto que debería ser tomado de una forma totalmente diferente. Pero hoy no quiero hablar mucho de estos silencios porque por muchas noches estos silencios lo fueron todo, tocaron cada fibra y llenaron cada espacio que para muchos puede parecer inconcluso pero que para mí complementaban todo lo que se sentía sin sabor alguno.

No hablaré de silencios porque los silencios fueron muchos y siendo muchos fueron perfectos. Quiero hablar del ruido, de los estruendos, de la música fuerte, de los gritos y de los llantos, de lo que ensordece nuestros cuerpos. De lo que ciega el alma, de eso tan fuerte, tan nocivo y tan llamativo e enviciante que se confunde por placer sabiendo que el placer es pasajero y la felicidad a pesar de ser efímera es constante y enriquecedora, no complaciente e hiriente. Quiero hablar de cómo las palabras crean puentes hacia mundos diferentes, hablar de la forma en que los estruendos nos lanzan a mundos alternos y de una manera gradual lo que comenzó siendo una noche terminó siendo una semana, un mes y una eternidad de tiempo rodeado de gritos, de paranoia, de una angustia que nadie conoce y que nadie calma; de una música que no dejamos de escuchar, una canción que suena como la misma, esa que dice que busques una salida cuando tus ojos sólo te muestran curvas sin rumbo, sin metas, sin nada más que tus deseos y esa avaricia que de una forma irónica por quererlo todo, todo es lo que te ha quitado. Quiero hablar de ese día en que nos perdimos por querer probar caminos alternos, por caer en espirales de los que eventualmente supimos salir pero siendo dos personas que no compartían la misma vida, dos personas que cambiaron, que se aceleraron a vivir y que en ese afán perdieron el motor de su vida, los lineamientos de su amor, el objetivo por el cual en un principio decidieron caminar juntos. Dos personas que se conocieron en una tarde soleada y silenciosa pero que se dejaron de conocer en noches tan oscuras que ni pudieron reconocerse en la mirada del otro.

No podría ni comenzar a explicar lo que fue ni cómo pasó, de un momento a otro nos enfocamos en todo en lo que no debimos, tomamos tantas decisiones equivocadas que la única que parecía ser genuina y pura terminó siendo simplemente una opción. Amor ya no era lo mismo, el contacto, las caricias, la música que escuchábamos en una tarde lluviosa ya no era amor, ya no eran momentos perfectos sino vivencias efímeras, llenas de cargas emocionales pero de otro tipo, de esas que dejan tu moral por el piso, que dejan la consciencia intranquila y que al siguiente día todo lo que te deja son arrepentimientos y rencores que no se van como se fueron muchas cosas. Aquellas cosas que no vuelven, cosas que se desvanecen como lo hacían los causantes de esta separación en primera instancia. El dolor ya no era algo que compartíamos, no era algo que fuese mutuo o que ambos sintiéramos como uno sólo, cada uno tenía un mundo por el cual llorar, cada uno se encargó de destrozar lo que habíamos construido, lo individual y lo que teníamos en común, lo que con tanto esmero llegamos a perder por un placer que nos destruyó el mundo, la vida de cada quién resultó ser la vida de algo externo a nosotros, dependiendo de algo más que no eran sus manos, no eran sus besos, no eran sus palabras, no, no era nada de esto. Era un mal que nos consumía, que nos alejaba y nos dejó viendo en nuestros ojos nada más que recuerdos muertos, jardines de recuerdos expirados, sueños que se fueron rodando y terminando en un barranco de vivencias que nos desapegaron de la vida misma.

Quisiera decir que en algún momento de la historia supe que todo iba a ser así de devastador, realmente lo fue y no necesariamente fue malo, no fue malo en absoluto. Recuerdo muy bien una tarde sentados frente a un parque sin gracia, lleno de eso árboles torcidos que tanto me gustaban, recuerdo cómo hablábamos de la vida creyendo que la teníamos en la palma de nuestras manos, creyendo que éramos los arquitectos de nuestros propios destinos y jurándole a ese cielo gris que nos cubría que no importaba que tan fuerte soplara el viento ni que tan duras fueran las olas en la marea de nuestras vidas, nos juramos planear siempre todo a favor de cada quién

Y así fue cómo resultó todo en realidad, nada fue malo, nada fue perfecto pero si fue devastador, todo de algún modo se derrumbó, todo cayó pero lo hizo para ser más fuerte. De cierta forma encontré en la desgracia la fuerza que necesitaba para ser mejor y también para reconocer lo peor. Conocerte a ti mismo no es saber de tus cualidades y alcances, es reconocer qué es eso que puedes llegar a ser, cual es esa parte oscura que no conocías antes, esa que te da pena mirar al espejo, esa que cae tan bajo que reconoces como parte de ti mismo pero que solo quieres saber de ésta como algo que está en ti más no alguien que quieras ser. No, nadie me ha hecho seguir pasos que yo mismo no me haya impulsado a dar, pero tampoco nadie nunca me ha dicho que lo deje de hacer, no voy a decir que quién soy ahora es producto de un intento fallido de felicidad porque si algo he aprendido es que la felicidad en la vida viene fraccionada, viene suministrada en pequeñas dosis que la vida te va soltando de a pocos.


No me quejo de haber perdido ni me arrepiento de reconocer en mis ojos ese vacío, si el mundo ha sabido de mi vida es por las cicatrices en mis manos, por lo que hace falta en mis ojos y por los pasos que sigo dando sin saber hacia qué es lo que me dirijo pero con la certeza de haber aprendido lo suficiente para no caer en los mismo espirales en los que ya he vivido y por los cuales innecesariamente he sufrido. La paranoia y la angustia ya no son parte de mi vida, las noches sin dormir y la ansiedad por una nueva mañana se los dejo a aquellos que no han sabido encontrar en sus vidas un lineamiento apropiado ni un motor diferente a lo que la superficialidad y la avaricia pueden otorgar. A quiénes decidan volar se los recomiendo, a quienes decidan tirarse al vació les doy la bienvenida para que caigan, para que disfruten la caída y para que así como yo sepan apreciar un buen golpe al volver a la vida real, esa que duele pero de la que aprendes. Esa que dicen no querer vivir pero que lamentablemente es la única que tenemos. 

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