No, no me
he rendido en el amor ni mucho menos lo dejaré a un lado. Siempre ha sido el
motor de mi vida, lo que inspira mis aspiraciones, mis metas, mis ambiciones y
a decir verdad, la mayoría de mis desgracias. Es por el amor por quién he
escrito en repetidas ocasiones, es por ese sentimiento por el que he sentido la
necesidad de ir más allá de mis alcances, más allá de mis límites y rompiendo
todo eso que creía tan fuerte, tan estable, tan inquebrantable y seguro. De un
momento a otro veo todo como un pasado extraño, como si ese que yo era antes
fuese una persona que no recuerdo, como si hubiese estado en coma todo este
tiempo y que esa persona simplemente nunca hubiese existido, como alguien
dentro de mí. Es tan difícil familiarizarse con un sentimiento que te hizo
sentir así, al punto de no creer sentir en absoluto y simplemente dejar tus
sentimientos en una caja que no pretendes abrir en mucho tiempo, que no crees
querer volver a abrir; no le ves necesidad, no le ves un uso ni encuentras el
porqué de querer sentir algo en absoluto.
Nos pasa
a todos en algún momento que sentimos que estamos haciendo las cosas mal, que
reconocemos que estamos en una bajada sin ningún rumbo que pueda ser bueno pero
igual seguimos dirigiéndonos al vacío sin nada que valga la pena. Simplemente
nos dedicamos a caer, a caer, a caer...seguir cayendo y riéndonos de nosotros
mismos en esa caída, sintiendo lo idiotas que somos pero encontrando cierto
placer casi enfermizo en ver en ese reflejo en el espejo todo el daño que te
has hecho a ti mismo pero a la vez viendo en tus ojos esa persona que te dice y
te confirma quién eres, que te reafirma lo que eres, lo que tienes, lo que
quieres en tu vida pero que de alguna forma ese mismo personaje en el espejo se
hace cómplice de tus jugadas, de ese conjunto de movimientos que te llevan cada
vez más bajo, más hondo, más lejos de ese camino que de hecho podría hasta
reencontrarte contigo mismo.
¿Qué
haces entonces cuando ni tú mismo puedes reconocer en tus pasos un camino
erróneo? ¿Qué haces cuando estás dirigiéndote en un sentido sin sentido? ¿Qué
haces cuando tú mismo eres la fuente de todos tus dolores? ¿Qué pasa cuando te
gusta? No sé cómo sea en el caso de los demás, no soy nadie para ser pre
juicioso y mucho menos alguien para hablar de lo que está o no moralmente
correcto. La moral no es realmente un tema que sepa definir ya que no es algo
que encuentro que esté correctamente conceptualizado en la época en la que
vivimos. Lo correcto y lo incorrecto está en estos tiempos establecido por
reglas que nos imponen, por pensamientos y conductas de comportamiento que
determinan su 'moralidad' según un montón de papeles, reglas y conjunto de
pensamientos preestablecidos en los cuales tenemos que creer y por los cuales
tenemos que responder de cierta manera. No sé realmente como vivir en un mundo
en el cual lo que es bueno o malo es bueno o malo para alguien que eligió por mí
lo que tengo que creer qué es o no bueno. Obviamente hay una conducta en
cada uno de nosotros que determina estas cosas, hay ciertos valores, cierta
educación y forma de crianza que nos estipula lo que tenemos o no que pensar.
Pero, detrás de eso, detrás de lo establecido ¿qué pensamos realmente? ¿Quién
tiene el valor de decir algo inmoral hoy en día? ¿Quién se atreve a ser
desquiciado? Quién conoce la crueldad conoce la verdad del mundo en el que vive,
quién reconoce la virtud en lo inmoral sabe cómo manejar el mundo que lo rodea,
el aire que irreverentemente aspira día a día.
Dicho lo
anterior y teniéndolo en cuenta quisiera retomar mis vivencias haciendo un pequeño
énfasis en lo que considero que fue el comienzo del final; supongo que en algún
punto lo que nos pasó es que quedamos en un completo silencio que muchas veces
no supimos manejar, nos pasa seguido que siempre que existe un espacio sin nada
que decir o nada que hacer simplemente nos sentimos incómodos, incompletos, con
ganas de correr y dejar ese espacio sin llenar, esas palabras sin decir y ese
momento sin vivir al máximo. Pues son esos silencios los que llenaban todo,
esos en los que una sonrisa, una mirada, un suspiro o un gesto le daban más
significado a esto que debería ser tomado de una forma totalmente diferente.
Pero hoy no quiero hablar mucho de estos silencios porque por muchas noches
estos silencios lo fueron todo, tocaron cada fibra y llenaron cada espacio que
para muchos puede parecer inconcluso pero que para mí complementaban todo lo
que se sentía sin sabor alguno.
No
hablaré de silencios porque los silencios fueron muchos y siendo muchos fueron
perfectos. Quiero hablar del ruido, de los estruendos, de la música fuerte, de
los gritos y de los llantos, de lo que ensordece nuestros cuerpos. De lo que
ciega el alma, de eso tan fuerte, tan nocivo y tan llamativo e enviciante que
se confunde por placer sabiendo que el placer es pasajero y la felicidad a
pesar de ser efímera es constante y enriquecedora, no complaciente e hiriente. Quiero
hablar de cómo las palabras crean puentes hacia mundos diferentes, hablar de la
forma en que los estruendos nos lanzan a mundos alternos y de una manera
gradual lo que comenzó siendo una noche terminó siendo una semana, un mes y una
eternidad de tiempo rodeado de gritos, de paranoia, de una angustia que nadie
conoce y que nadie calma; de una música que no dejamos de escuchar, una canción
que suena como la misma, esa que dice que busques una salida cuando tus ojos
sólo te muestran curvas sin rumbo, sin metas, sin nada más que tus deseos y esa
avaricia que de una forma irónica por quererlo todo, todo es lo que te ha
quitado. Quiero hablar de ese día en que nos perdimos por querer probar caminos
alternos, por caer en espirales de los que eventualmente supimos salir pero
siendo dos personas que no compartían la misma vida, dos personas que
cambiaron, que se aceleraron a vivir y que en ese afán perdieron el motor de su
vida, los lineamientos de su amor, el objetivo por el cual en un principio
decidieron caminar juntos. Dos personas que se conocieron en una tarde soleada
y silenciosa pero que se dejaron de conocer en noches tan oscuras que ni
pudieron reconocerse en la mirada del otro.
No podría ni
comenzar a explicar lo que fue ni cómo pasó, de un momento a otro nos enfocamos
en todo en lo que no debimos, tomamos tantas decisiones equivocadas que la única
que parecía ser genuina y pura terminó siendo simplemente una opción. Amor ya
no era lo mismo, el contacto, las caricias, la música que escuchábamos en una
tarde lluviosa ya no era amor, ya no eran momentos perfectos sino vivencias
efímeras, llenas de cargas emocionales pero de otro tipo, de esas que dejan tu
moral por el piso, que dejan la consciencia intranquila y que al siguiente día
todo lo que te deja son arrepentimientos y rencores que no se van como se
fueron muchas cosas. Aquellas cosas que no vuelven, cosas que se desvanecen
como lo hacían los causantes de esta separación en primera instancia. El dolor
ya no era algo que compartíamos, no era algo que fuese mutuo o que ambos sintiéramos
como uno sólo, cada uno tenía un mundo por el cual llorar, cada uno se encargó
de destrozar lo que habíamos construido, lo individual y lo que teníamos en común,
lo que con tanto esmero llegamos a perder por un placer que nos destruyó el
mundo, la vida de cada quién resultó ser la vida de algo externo a nosotros,
dependiendo de algo más que no eran sus manos, no eran sus besos, no eran sus
palabras, no, no era nada de esto. Era un mal que nos consumía, que nos alejaba
y nos dejó viendo en nuestros ojos nada más que recuerdos muertos, jardines de
recuerdos expirados, sueños que se fueron rodando y terminando en un barranco
de vivencias que nos desapegaron de la vida misma.
Quisiera decir
que en algún momento de la historia supe que todo iba a ser así de devastador,
realmente lo fue y no necesariamente fue malo, no fue malo en absoluto.
Recuerdo muy bien una tarde sentados frente a un parque sin gracia, lleno de
eso árboles torcidos que tanto me gustaban, recuerdo cómo hablábamos de la vida
creyendo que la teníamos en la palma de nuestras manos, creyendo que éramos los
arquitectos de nuestros propios destinos y jurándole a ese cielo gris que nos cubría
que no importaba que tan fuerte soplara el viento ni que tan duras fueran las
olas en la marea de nuestras vidas, nos juramos planear siempre todo a favor de
cada quién.
Y así fue cómo resultó todo en realidad, nada fue malo, nada
fue perfecto pero si fue devastador, todo de algún modo se derrumbó, todo cayó
pero lo hizo para ser más fuerte. De cierta forma encontré en la desgracia la
fuerza que necesitaba para ser mejor y también para reconocer lo peor.
Conocerte a ti mismo no es saber de tus cualidades y alcances, es reconocer qué
es eso que puedes llegar a ser, cual es esa parte oscura que no conocías antes,
esa que te da pena mirar al espejo, esa que cae tan bajo que reconoces como
parte de ti mismo pero que solo quieres saber de ésta como algo que está en ti
más no alguien que quieras ser. No, nadie me ha hecho seguir pasos que yo mismo
no me haya impulsado a dar, pero tampoco nadie nunca me ha dicho que lo deje de
hacer, no voy a decir que quién soy ahora es producto de un intento fallido de
felicidad porque si algo he aprendido es que la felicidad en la vida viene
fraccionada, viene suministrada en pequeñas dosis que la vida te va soltando de
a pocos.
No me quejo de
haber perdido ni me arrepiento de reconocer en mis ojos ese vacío, si el mundo
ha sabido de mi vida es por las cicatrices en mis manos, por lo que hace falta
en mis ojos y por los pasos que sigo dando sin saber hacia qué es lo que me
dirijo pero con la certeza de haber aprendido lo suficiente para no caer en los
mismo espirales en los que ya he vivido y por los cuales innecesariamente he
sufrido. La paranoia y la angustia ya no son parte de mi vida, las noches sin
dormir y la ansiedad por una nueva mañana se los dejo a aquellos que no han
sabido encontrar en sus vidas un lineamiento apropiado ni un motor diferente a
lo que la superficialidad y la avaricia pueden otorgar. A quiénes decidan volar
se los recomiendo, a quienes decidan tirarse al vació les doy la bienvenida
para que caigan, para que disfruten la caída y para que así como yo sepan
apreciar un buen golpe al volver a la vida real, esa que duele pero de la que
aprendes. Esa que dicen no querer vivir pero que lamentablemente es la única
que tenemos.
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