viernes, 21 de junio de 2013

4:22

Estaba acostado como de costumbre, mirando hacia afuera con una pierna fuera de la cama por el insoportable calor de dos cuerpos unidos, siempre me pasa y siempre me pasará, pero noche sin calor para mi no es noche. Miraba por la ventana, pegando mi rostro hacia el vidrio para sentir el frío de la madrugada, ese que ni siquiera dos cuerpo unidos pueden evitar sentir, ese frió casi húmedo y helado que obliga a esos cuerpos a estar cada vez más cerca. Era tarde, lo sabía porque conozco mi cuerpo con relación a las horas del día, conozco como en la mañana estilo 8am se despierta sintiendo necesidad de una taza de té inglés, el de la caja roja porque a las 11am es cuando el cuerpo siente que necesita el de la caja naranja. Conozco mi cuerpo cuando tiene frío de verdad y frío de momento, cuando requiere de un café para calmar los escalofríos o cuando requiere de un té para calmar nervios y preocupaciones. Conozco mi cuerpo cuando necesita otro cuerpo, en una tarde lluviosa a las 4 o 5 de la tarde junto a un tenue fuego o una televisión con alguna comedia romántica a la cual ni le pongo atención porque probablemente ya haya caído del sueño provocado por el cantar arrullador de la lluvia cayendo sobre esas claraboyas metálicas. Conozco mi cuerpo cuando necesita estar lejos, cuando no quiere nadie cerca ni nada que lo interrumpa de sus pensamientos, conozco mi cuerpo a las 10 de la noche un Viernes donde la necesidad de un trago, dos o tres tragos es más que necesaria, conozco después esa misma necesidad dando vueltas en mi cabeza llegando a mi casa a las 4 de la mañana llorando por un trago de vida, ya no de alcohol. Conozco mi cuerpo a esta hora, a esta específica hora, mirando por la ventana, examinando la noche, alejándose de ese otro cuerpo y buscando en el firmamento y entre tantas estrellas una explicación o una motivación, un camino o una salida, un sueño o un final. 

No sé que busco mirando hacia afuera pero siempre lo hago, siempre busco y busco caminos hacia el cielo saltando de estrella en estrella, de sueño en sueño y desvelándome pensando en posibilidades infinitas para factores bastante sencillos. Si no es mirando por la ventana entonces es mirándome a mi, mirando al techo, mirando sombras, mirando al pasado y a ese reloj atascado en esa misma hora. Me levanto de la cama, salgo de la habitación y prendo un cigarrillo mientras escucho alguna canción que me recuerde algún momento, alguna palabra, alguna expresión o algún sentimiento. Me concentro en sus ojos, me concentro en la letra de la canción que escogí para ese momento, me concentro en sentir como el humo entra a mi cuerpo, como marea mi cabeza y como exhalo cada minuto un poco de ese humo que me marea, que me mata, que me llena de ideas y de canciones más allá de la que estoy escuchando, me llena de momentos vividos, de caricias que ahora parecen lijas en mi cuerpo, me fumo todo lo que queda y le prendo una vez más a la noche otro pitillo que me siga recordando y me siga enseñando más de ese mundo que a veces decido ignorar, de esas horas que pasan sin darme cuenta, de ese silencio que aturde sin dejarme sordo. Me concentro en sentir, en vivir ese momento, en sufrir, en dejarlo solo, en abandonar su calor y comenzar a quemar con un fuego diferente. Exhalo por ultima vez, miro hacia el cielo y como una ironía estúpida está ahí La Luna presente, llena y resplandeciente, como la odio, alguna vez le dije a alguien que regalar La Luna era algo totalmente sobrevaluado, algo sin sentido, algo tan vacío de significado y tan normal entre la gente que me daba asco y aun así la volví a regalar, de una forma diferente y única, de una forma que nadie lo había hecho y de igual forma de una manera que a nadie le importó porque nadie valora los intentos de hacer algo diferente.




Después de hacer este análisis que a nadie le importa, vuelvo a la cama, vuelvo a ese cuerpo extraño junto a mi, ese que ya no reconozco y ese que ya no tiene la misma vida, vuelvo a respirar una vez más, tan profundo como si este fuese el ultimo aliento que tomaré, me recuesto en la cama, lo miro, me mira, lo reconozco pero ya no lo siento, lo siento pero ya no es vida, lo amo pero ya no hay nadie adentro. Regreso mi mirada a la ventana a ese amanecer tan familiar en mis días, ese azul oscuro casi negro que nadie nota pero que en cierto punto es cuando la noche se hace más noche, cuando el día se hace más oscuro, ese punto en el que antes de amanecer el cielo te regala una idea, una explicación a muchos factores de nuestras vidas. Ese momento oscuro es ese mismo lapso de tiempo que vivimos entre el momento en el que nos damos cuenta que caímos hasta el momento en que tocamos el piso, es lo más oscuro entre lo bueno y lo mejor, entre lo malo y lo no tan malo, es ese momento el que se siente eterno, el momento en el que siendo de noche no esperas que nada pueda ser peor. Si es posible y si se pone peor y ese espacio de tiempo lo sientes gigante, eterno, insoportable e insufrible pero es necesario, único, y te hace ser ese que logró superar la noche y respirar en la mañana, ver el amanecer, los colores mezclados en el cielo que te parecen imposibles después de haberte sometido a tanta oscuridad, vuelves a ver con otros ojos y el frío que sientes es solo necesidad de juntarte a su cuerpo de nuevo, quizá no el mismo cuerpo, así lo desearas.

Nunca pensé que pasara, nunca pensé vivir momentos así, nunca pensé que en realidad el reloj siguiera su camino, que no se quedara más en esa hora y esos minutos, nunca pensé que llegaría a estar en esa oscuridad entre la noche y el día, entre el Viernes y el Domingo, entre el Cielo y La Tierra, entre El y Yo, entre mi vida y lo que venía de ahí en adelante, entre tantas cosas, tantos extremos que pensé que estaban tan alejados unos de otros. Recuerdos es lo que queda de esa hora tan perfecta, recuerdos de todo lo bueno, de nada de lo malo, recuerdos de sonrisas y verdades únicas. De alegrías sinceras, de caricias devastadoras, de besos eternos, de noches frías, de miradas sin limites, de lagrimas de felicidad, de despedidas cortas pero hirientes, largas pero siempre con una nueva bienvenida, de Momentos que no vuelven nunca más, de retratos perfectos que podrían llenar una casa soñada, de cámaras que con sus lentes capturaron más que imágenes y fechas, más que risas y pucheros, más que felicidad y segundos, más que todo eso fue una historia, una historia que duró exactamente un minuto. 

Volteo, miro el reloj, son las 4:22. Huh, inusual pero no me sorprende, me levanto de la cama nuevamente, me dirijo al baño y en el espejo me encuentro con algo y alguien que no soy yo, con una cara densa, pesada pero a la vez pálida y flaca, sin vida y sin nada en esos ojos, ojos que al ver esta imagen solo corren a esconderse, a buscarse de nuevo, a encontrarse pero no en los ojos de alguien más sino en si mismos. Me dedico a dar vueltas por ahí, caminar por caminos que no había explorado antes, a coger atajos de caminos ya conocidos, a cantarle a la lluvia, a actuar de una forma diferente, y aun así no hay nada en el espejo, no hay cambios, no hay emociones. Vuelvo al espejo, vuelvo a mirarme y como un idiota me digo que no que ese no eres tu, pero que volverás a la cama y el reloj seguirá su camino.

El Sol salió, abro los ojos que nunca durmieron, volteo, miro el reloj, son las 4:22 y así el tiempo siga mi mente se queda en el minuto anterior, en canciones infinitas en ese minuto. Al parecer tengo memoria de elefante...

Son las 4:22,
It's Friday and I'm in love. You can't forget it. Wild Thing, trip trip trip.

(...)





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