lunes, 1 de julio de 2013

Parte 2: El arte.


Sentir frío era extrañarlo un poco, era aceptar su ausencia, sentir frío era dormir con medias, un saco de lana y un pantalón de pijama que calentara mi cuerpo en la noche. Sentir frío era abrazar la noche y cantarle a La Luna canciones de amor. Sentir frío era conocer mi cuerpo solitario, era conocer como la sangre fluye lento por las venas a la falta de calor. Sentir frío era reconocer un vacío físico y espiritual, sentir frío era extrañar su calor, sentir frío era aceptar que poco a poco, moría por dentro.

Llevábamos un tiempo sin vernos, desde que comenzó todo ha sido nuevo y extraño para mí, nuevo en sentido en que todo el tiempo se reinventa, extraño en que me desconozco hospedando ese tipo de sentimientos en un cuerpo que no tenía vida y la rechazaba todo el tiempo. Creo que nunca les conté cómo lo conocí, saben que lo besé y que lo amé, que lo conocí sabiendo quien era y quien iba a ser más adelante, pero no saben exactamente cómo lo conocí. Obviamente fue en un día soleado, soleado pero oscuro, no lo conocí a la luz del Sol ni lo conocí mientras el viento soplaba su pelo y el Sol contrastaba perfectamente con el color de sus ojos, el rubor en sus mejillas y el castaño de su pelo, no. Lo conocí en un día perfecto para cualquiera, horrible para mí.

Me encontraba leyendo el tan conocido libro de Sun Tzu 'El arte de la guerra', a modo de catarsis para ciertos demonios del pasado de los cuales me quería liberar y de los cuales me desprendí leyendo esta increíble obra. A pesar de ser un libro 'textualmente' dirigido a la estrategia, el orden, el pensamiento militar, para un apasionado como yo es sabiduría con respecto a muchos aspectos de la vida, el amor por ejemplo. 'El arte de la guerra' debería cambiar su título, ser 'El arte de la vida' porque es una obra que nos muestra no solo como manejar guerras sino nos muestra como la vida es una constante batalla, un duelo entre nosotros y el mundo. Nosotros y nosotros mismos inclusive. La vida requiere organización, estrategia, saber cuándo rendirse, saber cuándo pelear. Saber cuándo izar la bandera de victoria y cuando la de paz. Cuando buscar una guerra y cuando retroceder sabiamente. Este es un manual de vida y es lo que leía cuando me sentía perdido, sin rumbo, agotado y sin ninguna nueva estrategia de vida. Planeaba como atacar al tedio, como batallar con esa agonía interna, como vencer enemigos que solo yo me había impuesto, como matar a cualquier cosa que no fuese vida. Como maquinar todos los aspectos de mi vida para derrotar un pasado que no había dejado nada bueno, nada que pudiese ser rescatado. Ese día espléndido en esa sala de espera yo esperaba algo totalmente diferente y fue allí donde me encontró.



-“Toda guerra se funda en el engaño.” Escuché más allá de la canción que sonaba en mis audífonos. Debió ser una voz muy grave y fuerte para escucharla por encima de las voces agudas y tajantes de Hooverphonic, pero la escuché y me estremeció (la vida) de una manera que nunca había sentido antes. Miré hacia atrás en diagonal derecho hacia mí y ahí estaba, lleno de papeles, carpetas, folios y un café. Tenía un aspecto intrigante, estaba sentado igual que yo, esperando por algo, su apariencia era algo desinteresada, llevaba unos jeans, unos zapatos de gamuza, una camisa con algunos botones sin abotonar y una bufanda que me imagino era su forma de personalizar el atuendo. Sentía en su aroma que acaba de pedir su café ya que ese olor me era muy familiar, ese aroma a café recién hecho y a un Marlboro rojo recién apagado. Era una persona que sabía que querría conocer, tenía esos ojos que me hacían imaginarme mundos mucho más lejos de la silla en la que estaba sentado y su cuerpo era un cuerpo que no demoraría en nunca querer dejar. 

Rápidamente lo analicé, lo miré como se mira no una obra de arte sino algo más allá de eso, algo que impacta no tu vista sino a ti como persona, como ese completo medio roto que busca pedazos de vida en las calles pero que encuentra todo cuando alza la mirada, cuando decide ir más lejos, cuando decide golpearse con la vida y abrazarla. Entonces eso hice, lo abracé, lo conocí en 5 segundos, ya sabiendo quien era, ya sabiendo que me haría. Supongo que se percató del libro que yo traía en las manos ya que la frase la había leído hace poco y al igual que a él supongo que será de esas frases que no olvidas después de leerlas, esas frases que se quedan en tu cabeza dando vueltas, al igual que lo ha hecho ese recuerdo vagabundeando en mis pensamientos desde entonces.



Entablamos conversación de una forma natural, inclusive el tiempo pasaba demasiado rápido, era hasta lamentable porque yo siendo una persona reservada, tímida, desinteresada, no sabía cómo darle continuidad a algo que no era natural para mí. No sabía ni siquiera a qué ni a quién me estaba confrontando, solo sabía que por unas horas, ese Sol dejó de ser Sol para ser creador de un escenario diferente. Ese escenario a las 5 de la tarde donde El Sol ya casi se oculta y los colores de todo toman un tono que me encanta, el cielo se pinta de rosado, naranja, amarillo, azul en diferentes gamas y podría jurar que hasta rojo incandescente, verde esperanza o un violeta digno de perder el aliento. A esa hora veía su piel naranja, sus ojos más claros al contacto con esos rayos de un Sol que ya iba despidiéndose, veía como a través de la ventana los arboles bailaban con el viento que juraría que a esa hora especifica sopla más fuerte, que refresca el día antes de que caiga la noche. Podría jurar que estaba soñando, podría jurar que a esa hora perfecta del día yo estaba viendo todo en una gama de colores que contrastaban con esas partes de mi corazón negras y marchitas, tal vez con las de él también.

La mayoría de la conversación la tuvimos acerca de libros varios, obras de autores un poco clichés la verdad, esas obras literarias que todos hemos leído por cultura general, moda o por simplemente obligaciones en el colegio. Hablamos después de Sun Tzu y del libro que yo traía en las manos, él lo hojeaba buscando partes del libro para leerme y me imagino que sorprenderme con su retentiva o su memoria que según él, conocía donde se encontraba tal y tal frase (cosa que yo también hago, pero como he dicho, no soy una persona que socialice rápidamente y estaba realmente intimidado) y lo que decía y lo que significaba. La verdad no le ponía mucha atención, yo sabía dónde estaban las frases y sabía lo que significaba para mí, he leído ese libro más de siete veces y podría encontrar todos los puntos y comas si fuese necesario para también sorprenderlo a él. Yo simplemente escuchaba sin escuchar, en ese momento me dediqué a conocer su cara, sus gestos, sus ojos y como se perdían en ese cercano atardecer que le daban cierta nostalgia a sus palabras y al momento que duró lo que duró El Sol en irse del cielo, duró lo que duró La Luna en salir a ese cielo pintado de noche y tarde al tiempo, momento en el que se despidió sin explicación, con una sonrisa que me persiguió esa y muchas tardes esperando volverlo a ver, esperando que me explicara el arte de la guerra, del olvido, del amor, del dolor y de la vida que vi en esa tarde de matices irreales e irreemplazables.

Así fui que lo conocí, en una tarde de colores, de olores que ahora solo me recuerdan momentos. De sabores que me recuerdan cómo me desprendí del suelo y salí volando lejos de mi anterior cuerpo. Así fue que lo conocí, en una tarde de Sol intenso, de colores fuera de mis gamas de confort, de palabras que creía no pronunciar nunca, de un calor que me quemó así cómo me quema el frío en esta noche. Noche en la que no sé de él, en la que lo extraño, una noche que sé que viviré más Lunas, un día entero que me convirtió en noches infinitas. Fuego que me congeló la sangre.


Acostado con la cabeza dando vueltas, con el cuerpo intacto y la mente ida... espero, así como ambos esperábamos esa tarde. 


Así como nos encontramos. 

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