domingo, 7 de julio de 2013

Parte 4: Abril

Creo que ya habrá pasado un mes, tal vez solo dos o tres semanas desde que lo conocí, desde que me habló del arte de la guerra, desde que me hablo de cosas básicas y banales. Ha pasado muy poco tiempo y entre besos torpes, miradas tímidas, abrazos interminables y caricias como pétalos de rosa cercanos al corazón nos hemos acercado de manera única, extraña y sin manera de explicar. Pasión convertida en palabras, en momentos tontos, en risas quebradas, en una confianza que se construyó en un tiempo récord, en un amor que crecía como una bola de nieve, una que no quería que nunca parara, una bola de nieve que simplemente seguía rodando por nuestros cuerpos, agigantándose, creciendo de una forma incomprensible pero inevitable. El amor era esa pasión creciente que no quería dejar ir, esa pasión que no pensaba dejar apagar, nunca.

Era una tarde soleada (como raro) de esas en las que los pájaros cantan, donde no hay nubes en el cielo y hay siempre una brisa de Agosto a pesar de ser Abril, maldito Abril. Habíamos ya caminado bastante por partes de la ciudad como si fuésemos turistas conociendo una ciudad extraña, íbamos entre calles, hablando, comiendo algo que viéramos en la calle, fumándonos uno que otro cigarrillo y compartiendo un café o una taza de té de vainilla. Los humos de la ciudad, la hora de la tarde, el olor que nos rodeaba no lo daba el ambiente, no lo daban las calles ni el café, ese olor era un color. Un color como de otoño, como de hojas secas, color suburbano, colores era lo que nos rodeaba y sobre todo ese olor que nunca dejó de ser mi aroma favorito. Era un olor que me daba confianza, que ambientaba mis pensamientos correctamente, que me daba confort, que acobijaba mis miedos, que me decía "Nunca más serás noche, nunca más atardecerá sin su mirada", eso me decía y en en eso empecé a creer, eso fue lo que comencé a respirar, lo que empezó a llenar mis pulmones ya tan llenos de humos negros. 

Simplemente nos vimos para hablar, la verdad eso era todo lo que hacíamos y era increíble darme cuenta de que solo eso era porque en ningún momento nos callábamos, si no estábamos conversando entonces hablábamos con los ojos, con las manos, con el cuerpo sobre el cuerpo, pero hablábamos, nos conocíamos sin llegar a confesar nada de lo que cada uno sentía por dentro, simplemente contábamos historias de la vida, caminos que habíamos recorrido, amores que habíamos olvidado y sueños que inclusive hasta llegamos a compartir. En una de esas charlas llegamos inclusive a temas turbios, sensibles para ambos, temas complicados. Era raro pensar que entre tanta perfección del momento hubiese tanto dolor en nuestras historias, tantos temores a sentir algo por alguien, a entregar con gestos mínimos partes gigantes de cada quien, tantas barreras y defensas a ceder un espacio de nuestras vidas a algo o alguien que no fuera seguro ni certero. Ambos hablábamos de como la vida nos había decepcionado, de como no sólo por amor sino por ocurrencias de la vida, locuras del destino, los dos teníamos un pasado oscuro, una vida rebelde, una historia que realmente nos daba pena confesar pero que en cuestión de semanas, de unos cuantos días ya no me importaba confesar ni escuchar. Lo quería todo, quería amar todo, entregarle mi pasado y que nunca más lo tuviese que recordar.



"...me dijiste que te gustaba el whisky, 
las mañanas de Sol y tantas 
otras cosas de las que no me acuerdo."



Recuerdo muy bien el lugar donde esa tarde nos sentamos un momento a tomarnos un café, como siempre, huyendo del Sol escogí un lugar en una esquina, con sombra pero a la vez con Sol para que él pudiese disfrutar de la luz y yo de mi cómoda sombra, recuerdo que moría del hambre entonces comimos un sándwich de pavo, yo un té y él un granizado de frutas con crema, pudo haber sido un vaso de agua y un cigarrillo, fuese lo que fuese, donde sea que estuviéramos todo se sentía bien, se sentía real, encaminado y perfecto.

Esa tarde recuerdo que me confesó que le gustaban mis ojos, me explicaba que a pesar de ser pequeños, de color estándar y sin ningún tipo de diferencia a otros, eran ojos expresivos y que hablaban mucho más de lo que yo podría decir con palabras. Me decía que mis palabras salían de mi boca pero que mis ojos las hacían verdaderas o falsas, que mis ojos le daban validez a lo que decía, porque sentía que me conocía con solo mirarme. Me explicaba cómo cuando me apenaba miraba hacía el piso y hacia cualquier otro lugar en el hemisferio sur de mi cuerpo, me explicaba como cuando me emocionaba apartaba igualmente la mirada pero la fijaba en un punto distante en el horizonte. Me contaba como cuando mi mirada se perdía en las nubes pensaba en mis sueños, en mi pasado o en que tal vez estaba pensando en él, imaginando un beso, una caricia o algo que lo hiciera emocionarse a el de la misma manera. Mis ojos, según él, estaban tristes cuando los cubría parcialmente con mi mano derecha, la de las cicatrices, la de los golpes. Me gustaba la forma en que hablaba cuando me decía todo esto, siempre me estaba mirando fijamente y nunca dejó de hacerlo. Me hablaba de una forma en la que nunca me habían hablado antes, como examinando mis ojos, mis expresiones, mis gestos y mis ademanes nerviosos mientras entre sus palabras me decía sin decirlo, que poco a poco mis ojos no dejarían de mirarlo, que minuto a minuto mis horas serían suyas y que mi factor 'tiempo' se detendría a su lado.

Su temor a La Luna seguía siendo algo confuso para mi, en realidad me gustaba estar con él en la noche, calmar con besos y abrazos lo que no podía con palabras coherentes que nunca lo convencían de dejar a un lado esa paranoia inexplicable, simplemente lo calmaba, lo miraba, le hablaba con los ojos como el me enseñó a hablar, le decía que ahí estaba yo para él, que el mundo no se le vendría encima, que ese mundo que teme que se caiga en su espalda ya no está ahí, ya cambió y se transformó. Todo eso se lo dije en un segundo, en un abrir y cerrar de ojos se consumó un beso, uno corto y silencioso, uno puro y perfecto. En una pasión callada, en esos segundos en los que simplemente le recordaba que el mundo es donde estamos parados, el momento que vivimos y lo que sentimos estando allí. Le dije que mi mundo para mi no era otro sino el presente, no era nada más que ese beso que le acaba de dar o esa mirada que le acababa de regalar. El mundo era vivir sin temores, era no dudar, no cuestionarse del ahora y simplemente soñar con que el siguiente paso que demos sea en un suelo seguro, sobre unas bases fuertes, sobre manos capaces de estar ahí para no dejarte caer, el mundo eramos los dos en ese café con esa noche bañada de Luna, con esos besos que gritaban en mi cabeza que habría miles y miles de noches para hacerle saber donde estaba parado, sobre quien estaba recostado, a quien besaba y como esa Luna allá arriba en el cielo no se caería y si se caía la recogeríamos a pedazos, juntos.


"Abril es mi mes favorito, creo que no te lo había dicho.
Es el mes donde mis días tienen forma de Paloma
 ....si si, de Paloma, una paloma azul, verde, naranja,
roja, de esas que siguen el otoño y solo ven las
hojas caer. Este mes hace que La Luna sonría, 
que El Sol tenga los ojos bien abiertos y que el
cielo se caiga a pedacitos...

...este Abril es especial."

                                                                                                                - Anónimo


En ese momento me permití a mi mismo confesarme un secreto, aceptarme una verdad y dejar de negarme verdades que no quería ver antes. Confieso que sentí mucho miedo, esa ola de emociones se me venía encima como una avalancha de la cual no tenía salida, ya estaba parado mirándola, mirándolo a él y a esa presencia que simplemente desbordaba todos mis sentidos, todo lo que temía se había hecho persona y a la vez todo lo que estaba esperando había llegado. De una forma curiosa me sentía aturdido, sin brújula y sin rumbo. En realidad no pensé necesitar nada de eso, no me sentía por ninguno de mis flancos amenazado ni atacado, no sentía que tuviese que cubrir mi espalda o mirar hacia atrás para verificar que nadie fuese a atacarme como ya lo habían hecho antes. Me sentía sin armas, sin defensas, sin muros ni murallas altas, no... nada de eso, me sentía libre y atrapado a la vez. Libre de correr por praderas bañadas de Sol ardiente, atrapado en su mirada, esa temerosa mirada igual que la mía que gritaba al viento miles de palabras sin sentido, miles de canciones que más adelante le cantaría al oído y le tararearía mientras conozco su cuerpo con las yemas de mis dedos y con el roce de mis labios, mientras recorría su cuerpo con el corazón en mis manos, mientras le cantaba en mi cabeza alguna balada romántica, mientras le recitaba algún poema de Neruda o mientras sentía en mi olfato ese aroma que no se iba, ese que curaba mi aliento entre cortado, ese olor que me mareaba y me dejaba cayendo en una espiral de la que no quería salir, de la que nunca salté. 


"Antes de amarte, amor, nada era mío:
vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.

Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.

Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,

todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos."

                                                                                                       - Pablo Neruda; Soneto XXV



No sé si fue el destino porque en realidad no creo mucho en esas cosas, pero en este punto de mi camino ya empezaba a creer en algo que creía muerto, así que no es sorpresa que empezara a ver el mundo con otros ojos. Me siento extraño en mi propio cuerpo porque ya no lo siento mío, ya no siento que sea frágil y débil, lo siento cambiado, nuevo y renovado. Esa tarde y esa noche simplemente nos conocimos un poco más, me gustó saber que tanto él como yo tenemos no solo un pasado, porque todos lo tenemos y lidiamos con el de los demás, pero el de él se unía con el mío por muchas historias por muchas cicatrices en nuestra espalda y por tantas caídas de las que yo me he parado solo y él también lo ha hecho. Esa tarde conectamos en un nivel diferente, a una altura fuera de este mundo, allá arriba en ese cielo 'inestable' que no pensé que nunca se fuese a caer, allá arriba elaboramos ese mundo perfecto, ese mundo aparte donde todo se puede manejar, todo se arreglaba, todo se sentía a su máximo nivel. 

Lo acompañé como era de costumbre dando pasos lentos para alargar la noche, lo llevé hasta su parada del autobus no sin antes darle un abrazo de esos interminables, esos con lagrimas en los ojos y llenos de una tristeza y alegría mezclada dándole al momento un sabor agridulce, lo dulce de su abrazo, de sus besos y su mirada y lo agrio de la despedida, momentánea pero siempre hiriente. Nos separamos y él buscó en su bolso algo, parecía desesperado e inquieto, casi temblando sacó dos hojas y me las entregó. Intenté abrirlas pero no me dejó, le pregunté que era y tampoco me explico, simplemente me dijo que sus pensamientos recientes se habían plasmado en una hoja, en palabras ajenas a él las cuales desconocía pero me regalaba. Me abrazó nuevamente y me dijo adiós. Otra vez mis ojos se aguaron por su despedida pero clavé mis ojos en estas hojas mientras caminaba escuchando 'Lovecats' de The Cure a todo volumen y saltando como si fuera una adolescente enamorada. Así me veía y así me sentía. A continuación simplemente me senté, prendí un cigarrillo y comencé a leer las palabras que me regalaba...

Hoja # 1

"No hay día en que mi cabeza no se nuble con azul y verde, no hay día en que no me duela la respiración solo por no estar entre cortada, no hay momento en la mañana, tarde o noche en que mi nariz no trate de buscar ese olor que explica millones de dilemas internos. 

Mis horas minutos y segundos se resumen en la sensación que experimenta cada milímetro de mi cuerpo cuando esos labios son presionados contra los míos, contra mi piel, mis mejillas, mis ojos, contra mi corazón y con él toneladas de pensamientos, ruidos y murmullos incoherentes que se escapan por entre mis dientes y se pierden en todos nuestros sudores. Si, nuestros porque en esos momentos solo somos uno, un cúmulo de deseos huérfanos, de preguntas sin respuestas y de cartas sin remitentes. Lo que sucede es que solo de esa forma el estar roto por dentro sirve para acomodar cada pieza faltante y cada pedazo perdido en miles de situaciones, para ubicarlo con tus piezas faltantes, con tus pedazos perdidos, para encajar, "Encajar demasiado", si es necesario. 

Eres mi negativo, anulas a cualquier otro sentido, anulas todas las voces y todas las sonrisas gastadas y perdidas. Me borras toda la información guardada y  desperdiciada en mi disco duro, en mi memoria llena de momentos oxidados. Cada palabra que pasa por tu lengua la traduces en besos de colores y sabores, en besos mojados en promesas y esperanzas que al recorrer mis labios forman un destino infinito y toman un sentido que traspasa cualquier barrera, cualquier muro, puedes ver a través de mi, podrías destrozar mi corazón en el momento adecuado y con las palabras adecuadas. Podrías hacer conmigo cualquier cosa que se te pasara por los oídos, las manos y los pensamientos. 

Creo que me fui de viaje; creo que me perdí en la mitad de las nubes y se me olvidó colocar migajas para regresar a mis días tristes, grises y al fin y al cabo no lo hice a propósito, no me levanté un Jueves o un Sábado esperando enamorarme en 30 segundos de 24 horas llenas de tedio u de caras monocromáticas. No esperaba nada de otro mundo y sin embargo eso fue exactamente lo que trajo la corriente, otro mundo. Uno que debía construir sin ninguna base mas que mis ojos dentro de los tuyos y mi mano derecha clavada sobre tu izquierda. De otra vida, rota como la mía, pero completa sobre la mía."




(...)

No supe como reaccionar ante estas palabras, era solo una hoja y mis ojos bañados en lagrimas no podían dejar de releer sus palabras, no podía dejar de pasar mis dedos sobre las palabras como si fuesen a tatuarse en mi piel. No leí la segunda hoja, en realidad no pude, las guardé ambas en mi bolsillo, seguí caminando con la mente fija en ese cielo, en ese mundo lejano que solo existe en mi cabeza, en nuestras manos juntas, en nuestros ojos mirándose y nuestras vidas uniéndose. Simplemente caminé y caminé, releyendo esa hoja, pensando en qué más podría decir en la segunda y simplemente dejándome llevar, siendo uno con mis pensamientos, mis olores y mis sabores clavados en mi cuerpo y sin intenciones de salir. Sin intenciones de ser nada más que felicidad,



"¡QUÉ VOY A HACERLE! ...¡SOY FELIZ!"

                                                                                                      - Pablo Neruda; Oda al día feliz. 






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