martes, 6 de julio de 2010

Estaciones del día.

Hay un momento crucial en cada día de nuestras vidas en el que debemos evaluar lo que hemos hecho hasta el momento para procurar nuestro bienestar y el de las personas con las que compartimos. Es un momento que se da entre la melancolía de querer más y la ira de no saber qué es lo que hacemos levantándonos cada día esperando lo mejor. En cuestión de segundos se puede forjar un sentimiento, se puede desarrollar un camino y llevar a cabo una acción determinada. No todos los días se es la misma persona, no siempre una palabra nos hace levitar y casi nunca se ve que la alegría sea una constante inquebrantable. No siempre un suspiro significa lo mismo, no siempre una sonrisa es legítima y muy pocas veces las palabras que queremos decir son expresadas por miedo al rechazo, a la burla o simplemente a ser ignoradas. Hay un momento en cada día en el cual sentimos que el mundo se viene al piso y con este se esfuman las ilusiones y versos que pudimos haber creado. Hay otro momento en el que el peso del mundo es insignificante y en el que un susurro es suficiente para hacernos sentir capaces de algo inimaginable. Hay otra estancia en la cual no somos nada, no sentimos nada. El mundo, como sea que venga, lo vemos pasar frente a nosotros y la importancia que le damos es nula. Los sentimientos se han mermado y disipado a causa de algún factor determinado y simplemente somos esclavos de lo que venga, de un destino desconocido y a la vez irrelevante. Existe un lapso en el que los sentimientos se apoderan de nuestro cuerpo, de nuestros movimientos e inclusive de nuestra voz. Es algo incontrolable e inquietante ya que a medida que transcurren las horas del día nos vemos en un escenario distinto más a menudo de lo normal. Nos dejamos llevar por lo que creemos correcto en el momento, por irracional que sea o por imprudente que sea, vociferamos palabras y gritamos promesas al viento. En un momento juramos amor eterno y al otro lo eterno es el arrepentimiento y un karma que probablemente nos merecemos. Así como la vida, cada día tiene fases, momentos sellados individualmente de otros. Acciones y pensamientos distintos. Sonrisas y promesas cambiantes. Amor y odio mezclados en un abrazo apasionado de caricias y golpes. Sangre y lágrimas queriendo ser uno. Un yo y otro yo soñando con fusionarse. Cada día, cada momento y cada palabra son cruciales al momento de evaluar lo que está bien o está mal. Cada escenario es una prueba. Cada obstáculo un reto justamente impuesto. Y cada caída, el karma indiscutible que debemos cargar por no haber entendido antes que la vida, sus minutos, horas y días, son solo cuestión de una vez.

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